Ya lo he dicho muchas veces y lo seguire diciendo. Hay autores que tiene una obra como cumbre en toda su carrera. Y haya donde vaya les representan y cada vez que se menciona tal conjunto artístico, siempre nos viene a la memoría el autor y las motivaciones que tuvo para realizar tal maravilla.
Uno de esos grandes nació en el Sacro Imperio Romano Germánico y de él un tal Beethoven dijo "Händel es el compositor más grande que ha existido jamás, me descubro ante él y me arrodillaría ante su tumba" o un "cualquiera" llamado Haydn dijo "El es el maestro de todos nosotros". Este gran hombre hizo muchas obras de importancia y tuvo muchisima trascendencia dentro de la música, alcanzando la excelencia y, aunque nació en lo que hoy llamamos Alemania, su gran repertorio lo disfrutaron en Inglaterra, donde tuvieron la oportunidad de ver in situ a tal maestro de las artes musicales.
Ese hombre se llamó Georg Friedrich Händel y sí bien hizo muchas obras, una destaca, pasando a la historia por su espectacularidad. El día en que terminó tal obra, cualquiera que la oyera, no podría más que decir "¡Aleluuya!" y eso fue lo que debio decir el maestro de maestros, según Haydn, para componer tal obra dedicada a las generaciones venideras y a la que puso por nombre "El Mesías".
La obra es toda una dedicación a la vida, pasión y resurección de Jesucristo, cuya melodía basada en las antiguas pasiones y cantatas alemana, es toda una glosa al Mesías, al Salvador del Mundo, cuyo punto culminante esta en ese ¡Aleluya! el Señor ha resucitado. Con esta maravillosa obra, Händel, hizo lo que ya dije en el principio: alcanzar la inmortalidad.
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