De Checoslovaquia vendría un hombre que sorprendería al mundo. Su misión era correr y gracias a eso se haría un nombre dentro del atletismo mundial. Su nombre era Emil Zátopek, aunque todos le conocerían por la locomotora humana.
Zátopek comenzó a destacar a mediados de los años 40 y sería en los Juegos Olímpicos de Londres de 1948, los primeros después de la Segunda Guerra Mundial, donde conseguiría sus dos primeras medallas (oro y plata). Ahí comenzaría a ganarse el apodo de locomotora humana debido a su ritmo constante en carrera y al que muy pocos podían llegar.
Su resistencia lo convirtió en toda una máquina de correr y así era el rival a batir en los Juegos Olímpicos siguientes, celebrados en Helsinki. El resultado fueron tres medallas de oro (en 5.000 m, 10000 m y maratón), que lo llevaron al pedestal de las leyendas del atletismo. Ésto unido a los títulos continentales, hicieron que a día de hoy se le ponga de ejemplo de atleta combativo, que nunca se rendía hasta llegar a la meta.
La historia de Zátopek, posterior a su carrera, no fue tan buena. Tras el apoyo que prestó en 1968 a Alexander Dubcek durante la llamada primavera de Praga, fue expulsado del Partido Comunista y del Ejército, teniendo que ganarse la vida hasta como barrendero para poder subsistir. Una leyenda del atletismo había tocado fondo gracias al comunismo, que, sin embargo, le perdono en parte cuando Emil se retracto.
No obstante, no es mi idea hablar de política, sino poner de relieve la gran trayectoria deportiva de un hombre, que puso al atletismo europeo en lo más alto, pudiendo competir con potencias del calibre de los Estados Unidos. Este era Emil Zátopek, la locomotora humana; el hombre se fue hace unos años; no su leyenda.
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