Ahora nos parece inconcebible que en un país como España pudiera haber pena de muerte, pero hay que recordar que esta no se abolió (salvo para situaciones de guerra) con la Constitución del 78. Hasta ese momento se había aplicado la pena de muerte en todos y cada uno de los regímenes habidos en el país, ya fuesen monárquicos, dictatoriales o republicanos (acuerdense del garrote vil).
Sin embargo, hubo un político que se opuso a eso en pleno Siglo XIX. Su nombre era Nicolás Salmerón. De origen almeriense, don Nicolás fue catedrático de metafísica en la Universidad Central y, según cuentan, un hombre con principios. Las ideas de Salmerón eran republicanas, por lo que siempre se opuso a la Monarquía, ya fuese la impuesta por los borbones o la propuesta por el Congreso en la persona de Amadeo de Saboya.
Con la llegada de la Primera República Española, fue Ministro de Gracia y Justicia del gabinete de Estanislao Figueras y el 13 de Junio fue elegido Presidente de las Cortes Generales. Desde su puesto, siempre se opuso a la pena de muerte y defendió la posibilidad de que los obreros pudiesen asociarse libremente.
Salmerón fue un reconocido defensor de la unidad del país frente al federalismo que proponían otros como Pi y Margall, algo que tendría consecuencias trágicas para una república inestable con múltiples actos violentos derivados del cantonalismo.
De hecho, Salmerón sería elegido Presidente del Poder Ejecutivo, superando a su predecesor en el cargo, el propio Pi y Margall, que le había dejado una papeleta muy caliente a don Nicolás, que veía como de forma ilegal se proclamaban Estados por todo el país (se llamaron cantones al igual que en Suiza) y a todo aquel que se opusiera a dichas proclamaciones eran linchados y asesinados.
Ésto llevó a Salmerón a rescatar de la reserva a diversos militares, como los generales Arsenio Martínez Campos, que era monárquico, y Manuel Pavía, que defendia radicalmente la centralidad de España. Los cantones de Sevilla, Valencia y Cádiz
cayeron en manos gubernamentales y, aunque las tropas cantonalistas de Cartagena se hicieron con un triunfo al tomar Orihuela, serían vencidos en Chinchilla y replegaron su avance.
Varios militares, que colaboraron con los cantonalistas, fueron juzgados y condenados a muerte. Salmerón, que tanto había rechazado la pena de muerte, no sólo no firmó las condenas, sino que dimitió para no hacerlo. Tan solo estuvo un mes y medio en el cargo.
Poco después, tendrían lugar el golpe a la República federal de Pavía y, con ello, la institución de una república unitaria que finalizaria con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, que propició la llegada de los Borbones a España en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Salmerón fue uno de los muchos depurados y perdería su cátedra por sus ideas. Falleció en Francia donde pasaba sus vacaciones, olvidado de muchos, aunque su gesto había provocado la admiración de unos pocos que, a pesar del tiempo, no olvidaron su noble actuación; fiel a sus principios. El 24 de Octubre de 1915 se trasladaron sus restos a Madrid, donde se levanto un monumento funerario en el cementerio civil de la Villa.
En su glorioso epitafio aparece una glosa realizada por Georges Clemenceau, Primer Ministro francés de 1907 a 1912. Dice así:
"Por la elevación de su pensamiento
Por la rectitud inflexible
de su espíritu
Por la noble dignidad de su vida"
Nicolás Salmerón
"Dio honor y gloria a su país
y a la humanidad"
Clemenceau
"Dejó el poder por no firmar
una sentencia de muerte"
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