"... eres sólo una pequeña aldea entre todo el pueblo de Judá. No obstante, de ti saldrá un gobernante para Israel, cuyos orígenes vienen desde la eternidad". Esta frase del libro de Miqueas refleja a la perfección lo que era Belén. No era un pueblo precisamente grande y destacaba por encontrarse en medio de la nada, abandonado de todo y por todos.
Sin embargo, un buen día el Profeta Samuel, por mediación de Dios, encontró en ese pueblo a un joven que acabaría por ser el Rey de Israel. Era el menor de todos sus hermanos y tan solo era pastor, pero con su honda derribó al gigante Goliat y rigió el destino de Israel durante muchos años. Ese joven se llamaba David.
Años después nació el Salvador del mundo. Y no nació con grandes lujos y ostentaciones. En un simple pesebre fue puesto para que lo adoraran unos pastores y unos Magos de Oriente.
Con estas dos historias Dios nos demostró algo muy valioso: no hace falta ser el mayor para ser el más importante. A veces la humildad es mucho más poderosa que cualquier otra cosa. Por eso Belén, la pequeña y eterna Belén de David, es grande para todos aquellos que la contemplan.
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