Ya hacía años que Roma vivía una Paz, que hace un tiempo parecía imposible. Sin embargo, el artífice de aquella Paz no se iba, ni quería irse. El dictador Cayo Julio César vencedor de las Galias era el líder supremo de la República de Roma.
Los miedos comenzaron a surgir rumores entre los senadores sobre la posibilidad de que César proclamara una Monarquía, algo que ya había sido Roma muchos años atrás. Es por eso que un grupo de senadores, entre los que se hallaba Bruto, hijo adoptivo de César, prepararon el complot.
En los idus de Marzo citaron a César para leerle una petición. No sabía lo que le esperaba. Lo invitaron a pasar al Teatro de Pompeyo, donde se reunía la curia romana. Mientras leía la petición, Tulio Cimber le tiró de la tunica, haciendo que César le espetara: ¿qué clase de violencia es esta?
Casca le asestó una puñalada, pero el agredido César se revolvio y, ante la petición de socorro del agresor, todos los senadores se echaron encima del dictador. Viendo que Bruto, su propio hijo adoptivo, estaba entre los asesinos, exclamó: tu también, hijo mio. Cuentan que el propio Bruto y varios senadores gritaron: así mueran los tiranos.
La República de Roma estaba muerta y acabó con la muerte de César. Lo que esos desgraciados senadores no sabían que el sobrino-nieto de César, Augusto, acabaría con ellos y con todos los que habían intervenido el complot, pero lo más importante es que había nacido un Imperio.
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