Mucho se ha hablado estos días tanto en televisión como en redes sociales de lo dicho por Esperanza Aguirre en un acto. En éste glosaba la figura del toreo y criticaba a los que se aprovechaban de los respetables antitaurinos, para prohibirlo sólo porque es un acto propio de España.
Desde los sectores más reaccionarios de la izquierda, pasando por el nacionalismo, lanzaron el grito en el cielo ante tales palabras dichas por una señora a las que ellos no es que consideren una adversaria política, sino a una enemiga a la que han de derrotar y, casi me atrevería a decir, destruir. Lo que dijo Aguirre lo piensa mucha gente, entre ellos yo. A mi sinceramente, me importa menos que nada la tauromaquia e, incluso, que haya gente que se ponga en contra de la misma. Lo que a mi me parece deleznable es que haya determinados personajillos que hagan enseguida una ley para prohibirlos, mientras en 2010 aprobaron una moción de reconocimiento y protección al toro embolado en el que, por sí no lo saben, se colocan al toro dos bolas de fuego en sus astas.
Desde algunos sectores se actúa de forma hipócrita y como vayas contra ellos te llaman de fascista para arriba cuando los radicales y totalitarios son ellos mismos, que no dejan pensar a nadie, y muchos menos a personas como Aguirre o Aznar, lo que les venga en gana. Se trata de dar por dar. A veces me pregunto que sí algunos de esos políticos de derecha no hubieran existido, algún que otro sector los hubiera inventado porque lo único que hacen es dar puntadas sin hilo.
La libertad de expresión no consiste en que te dejen opinar, sino en respetar las opiniones de los otros, aunque no estés de acuerdo. A algunos esos se les olvida. Lo puedo entender de los nacionalistas o de Izquierda unida porque por definición el nacionalismo y el comunismo son autoritarismo y miseria, pero de la izquierda que se autodenomina democrática no lo puedo entender. Y todo el mundo merece expresarse. Se llame Esperanza Aguirre o Pepito Pérez.
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