Un joven de apenas 23 años se embarcaba rumbo a lo desconocido. Nacido en la isla de Tenerife, concretamente en Chasna (actual Vilaflor de Chasna), su nombre era Pedro Betancur, el cual procedía de una familia humilde, como casi todas de la zona.
Pedro era pastor y destacaba por su mucha fé en una época en la que la misión evangelica estaba de moda y su sueño era embarcar en un barco hacía las Americas. Pedro bajaba desde Chasna hasta el Médano y más de una vez se escondía en una cueva (que es lugar de culto en la actualidad) ante el avistamiento de posibles barcos piratas, los cuales raptaban a personas para esclavizarlas. Su baja estatura, unida a su complexión débil le hacía entrar en la pequeñas de la que hoy se conoce como Cueva del Hermano Pedro.
Pedro cumpliria su sueño de viajar hasta América enrolándose en uno de los múltiples barcos que partían hacía el nuevo continente. Eso lo hizo no sin antes enviar una carta a su madre a la que nunca volvería a ver.
Durante el viaje paso por penurias, entre ellas una enfermedad terrible que por poco acaba con su vida. Pedro llegó a La Habana en la Isla de Cuba en donde estuvo acogido por más de un año en la casa de un clérigo natural de su misma isla. Al año siguiente, embarcó, recalando en el lugar donde iniciaría su misión: Guatemala.
Hablar de Pedro Betancur como un buen hombre es decir muy poco de alguien que desde el principio acogió a los más indefensos, a aquellos que no tenían nada. Pedro, que muy pronto fue conocido como el Hermano Pedro, fundó centros de acogida para pobres, indígenas y vagabundos, creando la Orden de los Hermanos de Nuestra Señora de Bethlehem en 1656, con el fin de servir a los pobres y eso es lo que haría el resto de su vida.
Por otro lado, el Hermano Pedro que era gran devoto de San José añadió a su nombre el del propio Santo, conociéndosele como Hermano Pedro de San José Betacur. Con ese nombre se dedicaría a evangelizar a los pueblos de la zona, destacando por una defensa a ultranza de los indígenas, masacrados muchas veces por una alta sociedad que los despreciaba. El Hermano Pedro daría consuelo a todos aquellos que parecían no hallar a Dios en su misma vida.
Ya en su propia vida, fue reconocido como un hombre Santo al que todos tenían en gran consideración. Un hombre que murió en 1667 con apenas 41 años, una muerte repentina debida a su mala salud, algo que sumió en una tristeza infinita a todos aquellos que lo habían tratado. Sí San Francisco Javier es considerado evangelizador de las Indias Orientales, el Hermano Pedro lo es de las Indias Occidentales.
El Hermano Pedro no vería cumplido su deseo de volver a ver a la Virgen de Candelaria, sin embargo, serían sus sucesores, los Bethlemitas, quienes harían todo lo posible para que su Orden, la que el fundó, pudiera llegar a la tierra que vio nacer a aquel hombre bueno, algo que consiguieron después de varias vicisitudes.
Tengo que reconocer que me emocioné cuando el Hermano Pedro fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en Guatemala. Ese día el espíritu del Hermano Pedro se hizo aún más grande cuando vimos la gran devoción que sentíamos por ese hombre bueno en dos zonas aparentemente tan alejadas del mundo como Tenerife y Guatemala, pero muy unidas por un sentimiento de Hermandad precioso.
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