Estoy cansado que entre la sociedad se hagan distinciones en función de la afinidad que se tenga con determinado personaje. Un tema candente son los continuos casos de corrupción a los que los políticos suelen acudir como arma arrojadiza y a los que la sociedad suele culpar de todos sus males.
En primer lugar, cualquier necio puede corromperse por la necesidad de tener más poder, algo que pasa en los Gobiernos o, como hemos visto estos días, con gente que crea un partido de extrema izquierda para contarnos la milonga de que si la casta esto o la casta aquello. Desgraciadamente, ésto tiene que ver más con la sociedad corrupta y podrida, que hace que gente despreciable aproveche para no pagar a hacienda o llevárselo calentito.
Y ahí es donde deben entras las instituciones del Estado, que no actúan en favor de ningún partido, o al menos no deberían. Dice el tipo de la coleta, que Rajoy actúa contra ellos utilizando las instituciones del Estado. De eso debe saber mucho, puesto que él como el buscado Monedero han asesorado a Gobiernos como el de Venezuela que actúan, encarcelando a los opositores.
La batalla contra la corrupción es una cosa de todos y no valen las medías tintas y los escaqueos vía senado como hacen determinados personajes, que hasta hace nada eran Presidentes de una Comunidad Autónoma. La batalla contra la corrupción es la de los Democratas contra aquellos que hacen de la política un negocio sucio y tiránico. Quien no actúa en contra de la corrupción es un antidemocrata. Y a un personaje al que se investiga en Democracia por fraude o malversación, no se le investiga por ser de una ideología concreta, sino por ser un chorizo.
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