Cuentan que hace años, antes de que vinieran los conquistadores, cuando la isla del bimbache paso una extraordinaria sequía, los aborígenes aprovecharon la fuente inagotable que les proporcionaba un árbol al que ellos denominaban Garoé. Sus grandes hojas eran capaces de captar y destilar el agua de las nieblas que a él llegaban y los bimbaches la recogían muy a diario, teniéndolo por un árbol sagrado, lo cual no es de extrañar siendo el Hierro una isla donde el divino liquido es excaso.
En esto, llegaron los conquistadores. Los bimbaches decidieron ocultar a estos la cualidad del Garoé para
que, al no hallar agua, la sed les hiciera volverse por donde habían venido. A punto estuvo de ser así, si no se hubiera dado cierta historia.
Resulta que una joven bimbache de nombre Agarfa se enamoro de cierto soldado andaluz, perteneciente a la expedición conquistadora. Muchas fueron sus citas furtivas, alejados de miradas indiscretas y, sobre todo, del resto de bimbaches que no hubieran aceptado que una de las suyas hubiera tenido relaciones con sus enemigos. Llego a tal la confianza de la joven herreña con aquel al que creía su enamorado que le mostró la fuente de todo su secreto: el Árbol Garoe. Ésta fue su perdición porque sabiendo la existencia de tan poderoso manantial, los conquistadores arremetieron contra los bimbaches que acabarían sucumbiendo. Una traición determinó de forma definitiva la conquista de El Hierro.
Allí siempre estuvo el Garoé hasta que un huracán se lo llevó en 1610 sin dejar rastro. Parecía como si no hubiera querido estar ahí, como si no hubiera querido servir de manantial a la isla. Un árbol que ha pasado a la historia de las Islas Canarias como el que daba agua en abundancia. El árbol que dio de beber a la isla de El Hierro durante muchos años.
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