Cuando una persona ha sido elegida para cargo público, ésta puede utilizar dos formas para hacer efectivo su puesto: el juramento o la promesa. En apariencia son lo mismo, pero con una simple diferencia, que tiene como raíz la misma historia y las creencias.
El juramento es un acto en el que se pone a Dios como testigo de la verdad sobre que la persona cumplirá con honestidad las funciones asignadas a ese cargo. Es la forma más antigua de las dos, ya que en la antigüedad, la religión lo era todo y no había nada más importante que Dios. Desde los griegos, pasando por los egipcios (que juraban por los Dioses Isis y Osiris) y siguiendo por las religiones monoteístas como el Cristianismo en la que los Monarcas medievales, investidos por la gracia de Dios, juraban su cargo. Es de notar que jurar era tan grande que el hecho de que una persona no actuara en función de su juramento era considerado un pecado muy grave. De hecho, al formula o advertencia que se le decía a la persona que juraba era aquella de "Si así lo hiciereis que Dios os lo premie o si no, que ella os lo demande". A veces no sólo se jura por Dios, sino también por la Patria o la Constitución del país.
En cambio la promesa es un compromiso consigo mismo y de cara al pueblo sin poner como testigo a ninguna entidad divina. Podríamos decir que es un contrato civil en la que una persona se compromete a cumplir sus obligaciones. Así que el acto de jurar o prometer depende de las creencias y fundamentos profundos de una persona.
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