martes, 26 de julio de 2016

San Joaquín y Santa Ana

Lo cuentan los Evangelios de la Infancia de Jesucristo. Joaquín era un hombre rico y piadoso que donaba bienes regularmente a los pobres del templo de Jerusalén, pero debido a que su esposa era estéril, las autoridades religiosas le ordenan sacrificios al considerar que la esterilidad de su matrimonio es un signo de descontento de Dios. Joaquín entonces decide retirarse al desierto donde practica penitencia durante cuarenta días. Después de todo eso, unos ángeles se aparecen a Joaquín y Ana, la cual se encontraba en Jerusalén, anunciándoles el nacimiento de un hijo. Joaquín regresa con su esposa, que dará a luz una niña a la que llamaran Miriam o María. 


La historia de San Joaquin y Santa Ana no aparece en ningún momento en los Evangelios Canónicos y de hecho en los apócrifos, se dice que cuando María era adolescente y se casa con José, ambos ya han muerto. Antes de eso, al cumplir María los tres años, sus padres la llevaron a al templo para consagrarla a Dios como habían prometido. Así, la futura madre del Señor vivió en el templo hasta que cumplió los 12 años, edad en la que fue entregada a José, un hombre ya mayor, viudo y con hijos, como esposa.


La historia de los que serían abuelos de Cristo se encuentra también en la Leyenda dorada, muy popular durante la Edad Media, y son personajes muy representados en el arte cristiano (habitualmente con la Virgen de pequeña), aún cuando el Concilio de Trento limitó la representación de los apócrifos. La devoción a San Joaquín es relativamente moderna, mientras que de Santa Ana se ha comprobado que data al menos del Siglo VI. 


Lo cierto es que San Joaquín y Santa Ana son dos figuras que, aunque apócrifas, son comúnmente aceptadas por la Iglesia Católica como los abuelos de Cristo y con una Fe inquebrantable en Dios, aparte de tener cierta relevancia incluso en el Islam.

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