sábado, 20 de febrero de 2016

El Quijote... de Avellaneda

Sobre el año 1614 salió publicado un libro que versaba sobre las aventuras de Don Quijote, pero éste no había sido escrito por el gran Cervantes. Este tomo, supuesta continuación de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" había sido escrito por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, del que no se tiene constancia real sobre su vida, siendo probablemente un seudónimo. 


El libro en su composición carece de la ironía y el fino humor cervantino hasta el punto de ser estereotipos de estereotipos, llegando a la ridiculez más absoluta. Parece como si viviéramos en un mundo paralelo en el que hay dos personajes que son iguales, pero a su vez se comportan de forma diferente. El libro llegó a tener un éxito tan sólo comparable a la de la obra de Cervantes. 
Una de esas ediciones del Quijote de Avellaneda llegó al manco de Lepanto, el cual según parece montó en cólera cuando vio que no sólo habían utilizado el nombre de sus personajes, sino que habían convertido a Sancho en un gracioso de comedieta barata y a Don Quijote en un loco petulante, aunque lo que más enfureció a Cervantes es que carecía de la profunda verdad humana que le había imprimido a su obra. 


La consecuencia es que don Miguel, el divino manco de Lepanto, comenzó a escribir (sin habérselo propuesto hasta hace nada) la efectiva segunda parte de su obra, "el Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha", la cual es algo más grande en cuanto a páginas se refiere que la anterior (y un poco más profunda, dentro de lo que cabe), demostrando nuevamente su gran capacidad narrativa y de entretenimiento y, lo más importante, matando (literariamente hablando, claro) a su hijo Don Quijote de la Mancha para que ningún autor sin escrúpulos con seudónimo o sin él, pudiera hacer uso del buen nombre del personaje que le dio la fama mundial. 
Muy agradecido tendríamos que estarle al tal Avellaneda (o como se llamara) de que motivara a Cervantes a escribir la conocida como segunda parte porque el libro cervantino publicado en 1615 destaca por frases que han perdurado en el inconsciente colectivo ("con la Iglesia hemos topado, Sancho") o aquel maravilloso discurso sobre la Libertad de un loco que puede que no estuviera tan loco: 
"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres"

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