miércoles, 5 de septiembre de 2018

El Emperador en Yuste

Después de tantos conflictos y guerras, el Emperador Carlos entró en un proceso de reflexión sobre su propia vida y el Estado de Europa; una Europa sumida en conflictos religiosos provocados por la aparición de luteranismo, que para su congoja sa había asentando. Por otro lado, su sueño de un Imperio Universal bajo los Austrias había fracasado, así como su objetivo de reconquistar la Borgoña.


Tenía 55 años. El Emperador y Rey de las Españas Carlos, medio desdentado y con la apariencia de un hombre de setenta años (es lo que tienen las preocupaciones), decidió abdicar en 1555 y retirarse a Cuacos de Yuste (en Extremadura) al Monasterio de la zona (regentado por 38 monjes de la Orden de San Jerónimo que se encargarian de guiarlo espíritualmente) en busca del descanso y de un clima propicio para la gota.


Carlos dejó las cosas del Imperio en manos de su hermano Fernando, Archiduque de Austria, y la Corona de las Españas a su hijo Felipe. El 28 de Septiembre de 1555, el Emperador desembarco en tierras españolas y, tras franquear la Sierra de Gredos por la Garganta de la Olla, entre Tornavacas y Jarandilla, llegó a la mencionada Jarandilla, donde fue recibido por muchos grandes hombres, entre ellos el futuro Santo Francisco de Borja, que era el III General de la Compañía de Jesús. Durante todo el trayecto a Yuste, Carlos I de España y V de Alemania fue transportado en una improvisada silla fabricada con un arcón. Buscaba oír misas y mimetizarse con la tranquilidad del monasterio. 


Con un séquito de unas 50 personas, durante muchos meses, el antigüo Emperador recibió en Yuste a personajes de la corte en busca de consejos e influencias, manteniendo correspondencia diaria con su hijo, tratando de "influir" en los asuntos de Estado. Uno de los días más importantes (y trascendentales para el Reinado de su hijo Felipe II) fue cuando el Emperador conoció a un niño de 12 años llamado Jeromín, al que un año después le sería revelado su auténtica identidad. El niño era ni más, ni menos que el futuro don Juan de Austria, hijo natural del Emperador (en su testamento lo reconocería como hijo suyo nacido de la relación extramatrimonial que tuvo con Bárbara Blomberg), y a la postre héroe en la batalla de Lepanto y probablemente el personaje más importante de la historia de España.

Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos

Falleció el 21 de septiembre de 1558 aquejado de paludismo (tras un mes de agonía y fiebres), causado por la picadura de un mosquito proveniente de las aguas estancadas de uno de los estanques construidos por el ingeniero hidrográfico Janello Torriani. 


El Emperador, según su expreso deseo, fue enterrado bajo el altar mayor de la iglesia del Monasterio, con medio cuerpo bajo las losas donde oficiaban misa los monjes. Años más tarde, los restos de Carlos V (juntos con los de su mujer Isabel de Portugal) fueron trasladados por una comitiva llevada a cabo por Felipe II, al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

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