lunes, 24 de septiembre de 2018

Don Antonio Machado por don Antonio Machado

"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla..."
Perteneciente al libro Campos de Castilla (por lo que debió ser escrito entre 1907 y 1917), Machado con este poema nos abre su corazón, pero no como una mera entelequia dicha para glosar lo gran poeta que era, sino para mostrarnos quién era más allá de las letras.


Por eso el poema se divide en las tres etapas de su vida: niñez, juventud y madurez, comenzando con aquel patio de Sevilla y siguiendo, reflejandose como un tipo solitario, pero sereno, que le gusta conversar y destacando por encima de todo aquellos 20 años en tierras de Castilla. 


Pero el final... ¡Qué final! Machado nos hace una metáfora de su propia muerte, relatandonos en unos versos magníficos que se irá ligero de equipaje ("casi desnudo como los hijos de la mar"). Lo cierto es que el viejo profesor Machado (que paga con dinero el traje que le cubre, la mansión donde habita...) tenía mucha razón: le debemos cuanto ha escrito. 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada. 

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


Años después, Serrat en su homenaje a Machado musicalizaria este poema para la posteridad.

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