lunes, 20 de junio de 2016

La Condesa sangrienta

Lo cuenta la historia. Ya antes de la muerte de su marido el Conde Ferenc Nadasdy había demostrado su afición al sadismo y a torturar a sus sirvientas, algo, por otra parte, habitual en otras épocas donde los nobles solían maltratar a sus criados como una muestra más de su poder. Sin embargo, tras la muerte de su marido se cuenta que Erzsébet Bathory (Isabel Bathory en húngaro) dio rienda suelta a sus aficiones sangrientas, ya que creía que el liquido rojo la mantendría siempre joven. La Condesa, asustada por el inexorable paso del tiempo, se dedicó según se dice a darse baños de sangre o a beber de  la misma. 


Todos estos desmanes comenzaron cuando una de sus sirvientas adolescentes le dio un involuntario tirón de pelos mientras la estaba peinando a lo que la Condesa reaccionó reventándole la nariz de un fuerte bofetón, algo anormal, ya que entre la nobleza eslava de aquellos años habría sido sacarla al patio para recibir cien bastonazos. Cuando la sangre salpicó la piel de la Condesa, a ésta le pareció que allá donde había caído desaparecían las arrugas y su piel recuperaba la juventud perdida. Según se cuenta tras consultar a brujas como Darvulia y alquimistas, desnudaron a la sirvienta, le hicieron un profundo corte en el cuello y llenaron un barreño con su sangre. Erzsébet se bañó en la sangre, o al menos se embadurnó con ella todo el cuerpo y puede que la bebiera para recuperar la juventud. Entre 1604 (año de la muerte de su marido) y 1610, los agentes de Erzsébet se dedicaron a proveerla de jóvenes entre 9 y 16 años para sus rituales sangrientos. 
Entre los aparatos de tortura que supuestamente guardaba en sus mazmorras había un autómata llamado La Virgen de Hierro, una artilugio metálico y mecánico, el cual clavaba puñales,aparte de hallarse en la misma otros elementos como ganchos o atizadores enrojecidos al fuego. También se dice que tomó la costumbre de quemar los genitales a algunas sirvientas con velas, carbones y hierros al rojo por pura diversión, aparte de generalizarse su práctica de beber la sangre directamente mediante mordiscos en las mejillas, los hombros o los pechos. 
En un intento de mantener las apariencias, habría convencido al pastor protestante de la zona para que sus víctimas tuviesen entierros cristianos respetables, a pesar de las reticencias de éste ante el aumento de muertes. sin explicación. Las amenazas de la Condesa hicieron que guardara silencio. Aunque hubo una gran cantidad de muertes, éstas no fueron tenidas muy en cuenta debido a que estas eran criadas y sirvientas de evidente baja condición. 
Sin embargo, debido a la falta de sirvientas en la zona como consecuencia de tantos crímenes, cometió el error que acabaría con ella. Utilizando sus contactos, comenzó a tomar a niñas y adolescentes de buenas familias para educarlas y que le hicieran compañía, comenzando a morirse de repente por las mismas "causas misteriosas".
Los rumores llegaron pronto a la Corte, donde la Condesa no contaba precisamente con muchas simpatías, y el rey Matias II ordenó investigar el caso al Conde Thurzo, Primo de Erzsébet,  enemistado con ella. Thurzo y sus soldados entraron en el castillo sin encontrar resistencia y allí estaban a la vista, según dijeron, los cuerpos desangrados, instrumentos de tortura y el horror más absoluto. 


Durante el juicio, la Condesa se negó a declarar, acogiéndose a sus privilegios nobiliarios, siendo condenada a cadena perpetua y a vivir tapiada en su habitación. Allí vivió emparedada durante casi cuatro años, medio muerta de hambre y de frío, alimentándose de la escasa comida que le hacían llegar, nunca mostró arrepentimiento. Algunos dicen que la Condesa no tuvo que ver en tales muertes y que lo de las desapariciones fueron una excusa para contentar a muchos que la despreciaban a la que paso a la posteridad con el apelativo de la Condesa sangrienta.

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