jueves, 7 de agosto de 2014

¡Eureka!

Nunca una exclamación ha supuesto tanto para la historia de la ciencia y, por lo tanto de la humanidad. Dicen que esta expresión fue utilizada por el gran matemático y físico Arquímedes, que llego a alcanzar gran fama debido a su mucha sabiduría. Su fama se extendió por las cortes de la época y todo el mundo quería saber las opiniones del gran Arquimedes, así como de sus investigaciones.


Uno de esos hombres fue el tirano Hierón II de Siracusa. Cuentan que el Rey ordenó la fabricación de una nueva corona con forma de corona triunfal, y le pidió a Arquímedes determinar si la corona estaba hecha sólo de oro o si, por el contrario, un orfebre deshonesto le había agregado plata en su realización, siendo, por lo tanto, de menor calidad. 
Arquímedes tenía que resolver el problema con la condición de que no dañara la corona, así que no podía fundirla y convertirla en un cuerpo regular para calcular su masa y volumen. La situación era "llamativa", por lo que se decidió a tomarse un baño para tranquilizarse Mientras lo tomaba, notó que el nivel de agua subía en la bañera cuando entraba, y así se dio cuenta de que ese efecto podría ser usado para determinar el volumen de la corona. 


La corona, al ser sumergida, desplazaría una cantidad de agua igual a su propio volumen. Al dividir el peso de la corona por el volumen de agua desplazada se podría obtener la densidad de la corona. La alegría de Arquímedes fue tal, que se paseo por toda Siracusa desnudo, gritando ¡eureka! que significa "¡lo he descubierto!".
Arquímedes sin saberlo había descubierto el famoso principio que lleva su nombre: "Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja". Por cierto, la corona no era de oro.

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