Ya faltaba poco para llegar a la Tierra Prometida, tras 40 años vagando por el desierto. Dirigidos por Josué, el sucesor de Moisés, el libertador, los israelíes tenían que hacer frente a los cananeos, habitantes originarios del lugar, pasando por encima de la amurallada ciudad de Jericó, bastión inexpugnable hasta entonces.
Mi intención no es hacer hincapié en los datos arqueológicos, que han variado a lo largo de la historia, sino al concepto nacional que quiso dar Israel a su propia historia y esto consistió en echar a los ocupantes cananeos (que desde entonces fueron sus enemigos) y ocupar la que sería su Tierra, que aún con ellos fue zona de confrontación con diferentes pueblos como años después serían los filisteos.
Y fruto de esa historia nacional son las trompetas de Jericó tocadas por los Sacerdotes que anunciaban la batalla y, que según el relato bíblico, destruyeron con su brutal sonido los fuertes muros de la ciudad, anunciando la lucha sin cuartel entre defensores y atacantes, que posibilitó la victoria del pueblo elegido y el comienzo de su historia en el lugar que manaba leche y miel.
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