Con esta frase nos referimos a aquel que nos ha traicionado. Y es que Judás Iscariote (no confundir con Judas Tadeo o el zelote) es uno de los personajes más negros para los Cristianos, el que vendió a Cristo por un puñado de monedas de plata. Traidor de traidores lo podríamos denominar.
Parece ser que antes de todo, Judas era ladrón y, de hecho, era tesorero y, según el Evangelio de San Juan, se apropiaba del dinero de los pobres. Puede que con eso se nos pusiera sobre antecedentes, pero lo cierto es que lo traicionó (con un beso para señalar que a aquel a quien tenían que capturar), arrepintiéndose poco después e incluso intentando devolverle las monedas a los Sacerdotes, pero lo cierto es que ya era tarde. Los remordimientos de Judas eran tan grandes que se ahorcó. Ni busco el perdón, ni se perdonó. Dicen incluso que su cabeza se reventó al caer al suelo el cuerpo, por lo que el campo donde tuvo lugar tal suceso fue llamado "campo de sangre".
No es de extrañar que la animadversión hacía Judas fuera tremenda durante siglos y siglos, aunque algunos intentaron reivindicar su figura tanto en la literatura como en el cine de manera me atrevería a decir un tanto lamentable. Incluso existe un texto apócrifo del Siglo II, Evangelio de Judas, en el que Jesús le pediría a Judas que lo traicionase, cumpliendose de esa forma lo que estaba escrito. Teniendo en cuenta la fecha en que fue redactado y su carácter gnóstico, es una fuente nada fiable.
Igual de desproporcionado es que durante siglos y siglos (muy especialmente en la Edad Media), se utilizara la figura de Judas (al igual que la de los Sacerdotes, así como la del pueblo que pidió la liberación de Barrabas) como una excusa para el miserable antisemitismo que corrió el viejo continente hasta hace no tanto tiempo.
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