Con la muerte del Duce se ponía fin a toda una época llena de oprobio donde el fascismo había destruido Italia primero con la condena internacional por su falta de libertades y después con su apoyo encarnicado a Hitler. Mussolini, un tipo indudablemente de una labia proverbial y un carácter capaz de encandilar a las masas, se creía una especie de nuevo César. Todos les hacían el saludo como si de un Emperador romano se trataba. Su idea siempre fue esa; la de una Italia que reverderciera los viejos laureles de Roma. Sin embargo, pasaba de eso a morir como una alimaña.
Fue la mañana del 28 de Abril de 1945. Sandro Pertini, futuro Presidente de la República de Italia y entonces dirigente del Comité de Liberación Nacional (al que los españoles "conocimos" muy bien con sus celebraciones cada vez que Italia metía un gol en la final del Mundial de 1982) ya había dicho que debía morir como un perro rabioso.
Y así un grupo de partisanos lo ejecutaron junto a su amante Clara Petacci, llevandose los cuerpos a la Plaza Loreto en Milán donde fueron colgados boca abajo (junto a otros fascistas), siendo sometidos a toda clase de ultrajes por la muchedumbre. Era el fin del fascismo en una imagen que, según dicen, supuso que un aterrorizado Hitler dejara dicho que si fallecía hicieran todo lo posible para que incineraran su cuerpo y no fuera sometido a tal ultraje.
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