Los primeros años del Reinado de Alfonso XIII no fueron faciles. Puede que la bomba el día de su boda fuera un mal presagio. Quizá, tal vez. Lo cierto es que España estaba en franca decadencia. Tras perder las colonias de ultramar, tocaba defender la parte del Marruecos que le había tocado y como prueba de ello, se tuvo que enviar importantes destacamentos militares en una época donde precisamente los militares no gozaban de buena prensa. En parte se les acusaba del deterioro de la situación política, derivando en el desastre del 98. Unos años en los que la conciencia obrera estaba en alza, reuniendose los trabajadores en sindicatos. A mediados de 1909, Antonio Maura, mediante un decreto, ordenaba el envío de tropas de reserva a las posesiones españolas en Marruecos, siendo la mayoría de dichos reservistas 
padres de familia de las clases obreras y es que los ricos como siempre podían librarse de tal engorro. 
 Los sindicatos convocaron una huelga general, que al principio fue pacífica, pero en un momento dado propició una serie de disturbios entre la policía y los huelguistas: "¡Abajo la guerra! ¡Que vayan los ricos! ¡Todos o ninguno!" gritaban mientras los policías lanzaban tiros al aire y detuvieron a unos cuantos.
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| Antonio Maura | 
La huelga tuvo su germen en Cataluña, especialmente en la ciudad de Barcelona, organizada por grupos sindicales, los cuales eran todos de izquierda.  El Gobernador Civil, 
Ossorio, quiso evitar la entrega del poder a los militares y acabó 
finalmente dimitiendo. El Ministro de la Gobernación, La Cierva, declaró
 que el movimiento tenía carácter nacionalista y aisló Cataluña. 
Cabe recordar que el mencionado sentimiento antimilitar que tenía lugar en gran parte de España se dejó notar en una Cataluña, influenciada por la Lliga Regionalista, partido de corte conservador dirigido por Francesc Cambó y cuyo ideólogo era Prat de la Riba, que defendían la idiosincrasia catalana dentro el contexto español, algo que algunos veían como una especie de insumisión al orden constitucional. 
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| Viñeta antimilitarista de la publicación catalana "¡Cu-Cut!" | 
A partir del aislamiento de Cataluña surgieron incidentes violentos cuando los huelguistas atacaron los 
tranvías y los jóvenes radicales incendiaron edificios religiosos. Los 
sectores políticos más moderados pasaron entonces de la aceptación de la
 protesta al terror, mientras los participantes en los sucesos 
demostraron con su actuación que protagonizaban una revolución que no 
tenía un objetivo claro. De hecho, muchos de los supuestos huelguistas atacaban edificios sin explicación alguna y desde los dirigentes de las organizaciones sindicales no se hizo nada al respecto.
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| Tranvía talado durante la Semana Trágica | 
El movimiento se colapsó en sí mismo sin llegar a ser propiamente 
dominado por las armas. En una semana de disturbios (del 26 de Julio al 2 de Agosto), la cual se acabó denominando por la prensa como la  semana trágia, hubo un centenar de 
muertos y se quemaron 63 edificios. La represión fue durisima: 
hubo 17 condenas a muerte (de las que sólo se ejecutaron 5) y más de un millar de 
personas arrestadas. La figura más conocida de todas fue la de Francisco Ferrer 
Guardia, pedagogo y librepensador, cuya ejecución levantó oleadas de indignación no sólo en España
 sino también en toda Europa. Sus contactos con 
anarquistas fue la clave, pero en este caso, nunca llegó a dirigir los incidentes.  Los adversarios de Ferrer Guardia llegaron a decir (y no me inclino a pensar si es verdad o mentira) que entre sus frases recurrentes se encontraba: "¡Viva la dinamita!". 
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| Recreación de la ejecución de Ferrer Guardia | 
El Gobierno Maura cometió graves errores al enfrentarse a los sucesos de
 Barcelona, ya que no sólo había hecho mal recurriendo a los reservistas de clase baja, sino 
que había dejado la ciudad baja de moral y con una escasa guarnición para enfrentarse a los sucesos. La
 ejecución de Ferrer Guardia fue un error tanto jurídico como político, ya que el fusilado se convirtió literalmente en un mártir. 

Después de la dura
 represión, los liberales pidieron la dimisión de Maura, pero el Rey apoyó al Jefe del Gobierno hasta que pudo apreciar la violencia de la 
oposición fuertemente antimaurista y acabó por aceptar su dimisión cuando ni siquiera la había presentado, sintiendose agraviado por un Monarca que era un mero títere de la situación. Segismundo 
Moret, sucesor de Maura, tampoco tuvo mucha suerte en una España en crísis y que tenía reformas pendientes en unos años en que sus lideres históricos, Cánovas y Sagasta, habían desaparecido hacía mucho tiempo. 





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