Con apenas 44 hectáreas y una población de aproximadamente 800 habitantes , el Estado de la Ciudad del Vaticano (o simplemente Ciudad del Vaticano o el Vaticano) es el Estado europeo más pequeño y aún así tiene moneda propia (lira vaticana) y un organo judicial y legislativo, pero, siendo esto curioso, lo más resaltable es que es la única Monarquía Absoluta y Estado teocrático del viejo continente, siendo regido por el Papa, cuya elección conocen hasta los no católicos y que, por lo tanto, es tanto un líder espiritual como Jefe de Estado, por lo que su poder no sólo es religioso, sino político. Pero, ¿a qué se debe la existencia de este Estado?
Nos tenemos que ir a muchos años antes y más concretamente a los conocidos como Estados Pontificios. Éstos fueron unos territorios de la Península Itálica que estuvieron bajo la autoridad temporal del Papa a partir del 751 en una época caracterizada por los enfrenamientos entre Estados por garantizar la autonomía de sus territorios.
Tras el definitivo derrumbe del Imperio Romano de Occidente (la Roma tradicional), la comunidad cristiana de Roma y su cabeza, el Papa, poseían amplios territorios extendidos por diversas regiones (Italia, Dalmacia, Galia meridional, África del norte), constituyendo el llamado Patrimonium Petri, que era fruto de que ya en los últimos años de Roma fuera la religión oficial del Imperio. Las riquezas extraídas de su utilización y la explotación de estos bienes eran considerados como "patrimonio de los pobres" (otra cosa es que lo fueran) y se destinaban primordialmente a obras asistenciales y benéficas y al mantenimiento del culto y sus Ministros. El dominio del Papa sobre las tierras italianas (Roma y las ciudades circundantes) fue una cesión del rey Pipino el Breve al Papa Esteban II por haberlo nombrado Rey de los Francos, fundando además la dinastía carolingia. Así nacieron los Estados Pontificios (cuyo primer Papa fue Esteban II).
Las amenazas contra los Estados Pontificios, que tenían ejercito propio, fueron una constante en la historia con Imperios y Reyes disputandose el poder de una Iglesia cada vez menos espiritual y, por lo tanto, más terrenal (es una historia muy larga). Así, en el siglo XVI, el Papa Borgia, Alejandro VI, advirtiendo los peligros que existian contra los Estados Pontificios, organizó el papado como una monarquía unipersonal y centralista, propiciando la formación de un reino italiano independiente de la Santa Sede, cuyo gobierno estaría en manos de alguno de sus hijos.
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Alejandro VI |
Los Estados Pontificios fueron tremendamente importantes. Abarcaron prácticamente todo el centro de Italia, alcanzando su mayor extensión territorial durante el siglo XVI... hasta que las tropas de Napoleón Bonaparte invadieron los territorios, secuestrando al Papa (que se negó a cerderle los Estados Pontificios) y creando la República Romana. Pío VII recuperó el poder sobre los territorios en 1801 y durante el Congreso de Viena de 1815 se le restituyeron casi todas las posesiones, manteniendo la zona bajo vigilancia austriaca. Sin embargo, ya nada era lo mismo.
Tras la unificación italiana en 1870 se anexionaron los territorios romanos al naciente país, cuyo primer Rey fue Víctor Manuel II de Saboya. El poder papal quedó reducido al Vaticano, territorio en el que los papas permanecían literalmente como prisioneros voluntarios y fueron muchas las protestas por parte de los Pontífices ante un poder político que perdieron. La cuestión romana (como se conoció a los enfrentamientos entre la nación italiana y los Papas) fue causa de discordia.
Hasta que tuvieron lugar los pactos de Letrán. Éstos fueron una serie de acuerdos firmados el 11 de Febrero de 1929 por el Cardenal Pietro Gasparri, en nombre del entonces Papa Pío XI, y por el dictador italiano Benito Mussolini, en nombre del rey Víctor Manuel en la que se declaraba la independencia política de la Santa Sede del Reino de Italia como Estado soberano bajo el nombre de Estado de la Ciudad del Vaticano (nombre que proviene del nombre del monte).
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Los pactos de Letrán |
Se garantizaba la independencia del Papa, proclamandose un Estado bajo su exclusiva autoridad, así como el restablecimiento pleno de las relaciones entre los representantes de Italia y de la Iglesia Católica, rotas desde la unficación italiana.