domingo, 1 de noviembre de 2015

Clásicos Inmortales: ¡Qué Verde era mi Valle!

Un canto de Amor a la tierra, a sus tradiciones y a la familia. Así podríamos calificar esta magnífica obra del maestro John Ford, que era hijo de emigrantes irlandeses y lo demuestra en todo momento, presentándonos una tierra idílica, verde como lo es en este caso Gales, pero no lejos de la confrontación social y generacional, que hace de esta obra una película para pensar... y es que Ford era algo más que un director de grandisimas películas del Oeste. 


La película comienza con un hombre llamado Huw Morgan empaquetando lo poco que le queda. Se va de aquel valle ennegrecido por la mineria. Un hombre que nos presenta como era su infancia en aquel valle, entonces verde y alegre; la eterna Gales. 
Allí se nos presenta a su familia, los Morgan. Un pequeño Huw (Roddy McDowall) vive con sus padres Gwilym (Donald Crisp) y Beth (Sara Allgood), así como con sus hermanos mayores Ianto (John Loder), Ivor (Patric Knowles) y Davy (Davy Morgan) y su hermana Angharad (Maureen O'Hara), la cual ayuda a su madre en las tareas del hogar, mientras los hombres van a la mina, el único sustento de aquella zona en una tierra idílica y verde como aquella. A la zona llega un nuevo predicador Gruffyd (Walter Pidgeon), del que Angharad parece sentirse atraída en una fiesta, la primera vez que lo ve. 

Entre la mina y la vida rural

Sin embargo, la idílica vida de los aldeanos cambiara cuando el propietario de la mina reduce los sueldos de forma drástica. Es ahí cuando entran los sindicatos y cuando los mineros acabaran poniéndose en huelga con la intención de que no sólo no se le reduzcan los salarios, sino el que tengan una condiciones de vida mejores en el futuro. 

Regresando de la mina

El cabeza de familia de los Morgan no apoya la huelga, ya que cree que desde la moderación y no desde la ira se consiguen las cosas. No lo aceptan los hijos que van a la reunión en la que los huelguistas van a decidir cuáles serán sus pasos a seguir. Sabiendo los huelguistas que Gwilym no esta en huelga, es increpado, algo que hace que Beth, su esposa vaya a la reunión asegurando con matar a aquel que perjudique a su esposo.


Al intentar llegar a casa en medio de una tormenta de nieve en la oscuridad, Beth cae en un río helado. Su hijo Huw se zambulle para socorrerla, poniéndola a salvo, pero el pobre niño, debido al frío de las aguas del río, acaba perdiendo la movilidad de las piernas, algo que no sólo causa trastorno en el propio Huw, sino en la familia, especialmente en su madre, que padece una severa pulmonía. Huw con el tiempo recuperara la movilidad de sus piernas gracias al predicador, que lo lleva a dar vueltas por el verde valle, pudiendo además conversar con la hermana del joven. 


La huelga finaliza, reconciliandose Gwilym con sus hijos, aunque muchos mineros han perdido su puesto de trabajo. Por otro lado, la zona se ha vuelto más pobre. Angharad es cortejada por el hijo del propietario de la mina , Iestyn Evans (Marten Lamont, pero su corazón pertenece al predicador. Gruffydd, que también la ama, pero no puede soportar la idea de someterla a la vida de un hombre de una Iglesia empobrecida y las habladurías que existen por la gente de la zona debido a la relación existente entre ella y él. Es por eso que rechaza una relación sentimental con la joven, que acabara casándose con Evans en un matrimonio sin Amor, yéndose de su tierra. Huw ira a la escuela donde se verá forzado a jugar a boxeo, destacando la violencia que se vive en las aulas. 

Angharad y el Predicador

El día en que la mujer de Ivor ha dado a luz a un hijo, éste muere en un accidente en la mina. Los continuos accidentes en la mina, así como las malas condiciones de vida que se han generado (sin posibilidad de otro empleo que no sea la mina), derivan en que los hijos de los Morgan se marchen al extranjero, mientras Huw le dice a su padre, para disgusto de éste, que no desea. Por otra parte, ayudara a la mujer de su fallecido hermano a cuidar a su hijo. 
Angharad regresa sin su marido, extendiéndose entre los chismosos de la zona, que el divorcio es inminente, acusando de ello al predicador, que no puede soportar la estrechez moral de unas personas más pendientes de mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el suyo y es por eso que decide irse. 


Antes de que ocurra eso, se oye un silbato, en señal de que ha habido otro derrumbe en la mina. Hay varios heridos y algunos hombres atrapados, entre los que se encuentra Gwilym. Varias personas como el predicador deciden prestar su ayuda para sacarlos, sin embargo, es demasiado tarde. Gwilym es sacado, pero muerte, ennegrecido por la desgracia del derrumbe de la mina. A partir de ahí, nada volvería a ser igual para Huw, que veía muerto a su padre, un hombre bueno, que siempre se había mostrado lejos de las confrontaciones, y la de un valle que no volvería a ser verde. Así acaba: "Los hombres como mi padre no mueren. Siguen dentro de mí, tan reales en mi memoria, como lo fueron en vida, cariñosos y amados para siempre. Qué verde era entonces mi valle".


Magistral obra, que consiguió 5 Oscars, pero que ha perdurado más allá de los premios obtenidos. Ford con este melodrama nos ofrece un auténtico canto a los valores familiares, dividiendo lo negro de un futuro incierto frente a un pasado imperfecto, pero feliz a pesar de todo. Una de las películas más personales de un grande del cine como John Ford. 

Ficha

Dirección
John Ford
Ayudante de Dirección
Edward O'Fearna
Producción
Darryl F. Zanuck
Guión
Philip Dunne
Obra: Richard Llewellyn
Música
Alfred Newman
Sonido
Eugene Grossman
Roger Heman
Maquillaje
Guy Pearce
Fotografía
Arthur C. Miller
Montaje
James B. Clark
Escenografía
Thomas Little
Vestuario
Gwen Wakeling
Efectos Especiales
Fred Sersen
 
Otros datos

País
Estados Unidos
Año
1941
Género
Drama
Duración
118’
 
Protagonistas

Actor
Personaje
Walter Pidgeon
Predicador Gruffydd
Donald Crisp
Gwilym Morgan
Maureen O'Hara
Angharad Morgan
Roddy McDowall
Huw Morgan
Sara Allgood
Beth Morgan
Anna Lee
Ronwyn, esposa de Ivor
Patric Knowles
Ivor Morgan
John Loder
Ianto Morgan
Marten Lamont
Iestyn Evans
 
Premios
Oscar

Categoría
Persona
Oscar a la Mejor Película
-
Oscar al Mejor Director
John Ford
Oscar al Mejor Actor de reparto
Donald Crisp
Oscar a la Mejor Fotografía (Blanco y Negro)
Arthur Miller
Oscar a la Mejor Decoración (Blanco y Negro)
Richard Day
Nathan Juran
Thomas Little
 
Los mineros 


El valle


Alfred Newman-Banda sonora

Cuando los vascos dominaban el fútbol español

Hubo una época en la que los futbolistas vascos eran no sólo sinónimo de buen fútbol, sino de éxito. Eso sería en los años 30, un tiempo en el que la Liga Española vivía sus primeros años de vida y en donde llegó a haber la mitad de equipos vascos en la Primera División (en una liga de 10 claro esta).


El equipo puntero era el Athletic de Bilbao dirigido por Mister Pentland y con futbolistas del calibre de Gorostiza, Bata o Lafuente consiguió más de la mitad de títulos de Liga de los que tiene en la actualidad (5) con una calidad goleadora impresionante, llegando a ser el equipo puntero del fútbol nacional. 

El "bala roja Gorostiza"

Pero no todo era el Athletic de Bilbao y así, tenemos a clubes como la Real Sociedad (denominado Donostia durante la Segunda República Española), que tuvo entre sus filas al primer máximo goleador de la Liga, Paco Bienzobas, que era de Guipuzcoa, aparte de equipos como el histórico Real Unión de Irún, el Arenas de Getxo o el Alavés, que sería el primer equipo en ascender a la Primera División. 

Luis Regueiro, uno de los exponentes del fútbol español

Sin embargo, hasta para tener éxito muchos equipos se nutrieron de futbolistas vascos. El primero en darse cuenta fue el Madrid (sin el título de Real por la Segunda República), que se hizo con los servicios de Luis Olaso, que también era pelotari, los hermanos Pedro y Luis Regueiro o los defensas franquicia del Alaves, Ciriaco y Quincoces, que formarían un fenomenal trío defensivo con el divino Ricardo Zamora. El equipo blanco pondría en serios aprietos al Athletic de Bilbao, aunque sólo pudo ganar dos Ligas en aquellos años, aunque siempre estuvo en liza, quedando subcampeón el resto de ediciones hasta la guerra civil. 

Quincoces fue uno de los grandes de su tiempo

Otro caso llamativo lo tenemos en el Betis de la temporada 1934-35, que consiguió sorpresivamente la Liga, jugando con 6 vascos en su once inicial, entre los que se encontraban Lecue (que curiosamente jugo también en el Madrid), Unamuno y Urquiaga entre otros. 


Tras la guerra, los equipos vascos comenzaron a perder cierta importancia y los clubes como el Arenas y el Real Unión de Irún acabarían perdiendo la categoría de la Primera División para no regresar hasta la fecha. No sólo fue la mejora de calidad de los futbolistas de otras regiones, sino la ampliación de la Liga la que supuso que los vascos no volvieran a dominar el fútbol español como en aquellos años 30.

Genios de la Literatura: C. S. Lewis

Lewis durante su infancia estuvo muy vinculado al Cristianismo hasta una repentina perdida de Fe que sólo un amigo podía hacerle recuperar. Ese hombre fue otro grande de la literatura en inglés: el gran J. R. R. Tolkien. 


Clive Staples Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en Belfast, Irlanda del Norte. De orígenes galeses, ya desde su infancia vivió en un ambiente puramente cristiano, teniendo una educación, mediante tutores privados en sus inicios. Sobre los años 10 comenzaría a separarse literalmente de la fe cristiana, presentandose como un ateo consumado e interesado por la mitología y el ocultismo, que estaba muy en boga aquellos años. Muchos aseguran que su perdida de Fe se debió a que veía la Religión como una obligación. 

En su juventud

En 1917 comenzó sus estudios en la Universidad de Oxford, donde desde el año 1925 ejerce como profesor de lengua y literatura inglesa, conociendo a J. R. R. Tolkien, con quien funda en 1939, junto a Charles Williams y Owen Barfield, el denominado Club de los Inklings con el objetivo de discutir sobre literatura y filosofía.
Con Tolkien trabaría una amistad que duraría para toda la vida. Muchos aseguran que Lewis ayudó a su amigo a configurar la que sería su obra más importante: "El Señor de los Anillos", sin embargo, Tolkien y otros influirían en su vuelta a la Fe Cristiana, algo que se notó en la que serían sus obras conocidas. 
Así en "La Trilogía Cósmica" y "La Crónicas de Narnia" (compuesta por siete libros) tienen infinidad de elementos cristianos, que hacen de su narrativa plenamente símbolica. No sólo escribió obras de ficción, sino que destacó por innumerables escritos de temática cristiana. Lewis llegó a asegurar sobre su vuelta al Cristianismo: 
"Entré al cristianismo pateando y gritando"
La que sería su esposa se llamaba Joy Gresham, cuyo nombre de soltera era Helen Joy Davidman, la cual provenía de una familia judía. Atea y comunista y que estaba casada con Bill Gresham con el que tuvo dos hijos y que, tras una experiencia religiosa, se convirtió al Cristianismo. Su entonces esposo no la acompaño precisamente en esta nueva vida y la fue infiel más de una vez. Así empezaría a escribirse con Lewis al que conocería poco después se casaría civilmente y después de forma religiosa, argumentando que cuando Bill y Joy se casarón no eran Cristianos y ésto invalidaba el primer matrimonio, 

El mundo mágico de Narnia presenta muchos elementos cristianos

Un cáncer oseo de Joy fue el principal problema del matrimonio, que tuvo que remar casi siempre a contracorriente, mientras Lewis seguía con sus clases y acababa de publicar sus últimas obras. Es curioso que un matrimonio tan mayor para aquellos años (cuando se casaron él tenía 57 y ella 40) mostrara un gran aprecio mutuo y grandes muestras de cariño en público, algo que llamaba la atención a aquellos que lo veían y que no todos aceptaron como fue el caso de Tolkien, que era un reconocido católico. 

Con su esposa

Joy acabaría falleciendo, algo de lo que Lewis nunca se recuperó, aunque le dio para escribir sus propias reflexiones en "Una Pena en Observación". Lewis falleció el 22 de Noviembre de 1963 en Oxford, Inglaterra. Sólo habían pasado tres años de la muerte de su esposa. 


Sobre la vida y la muerte, nos dejó C. S. Lewis esta perspectiva individual de un hombre ante la perdida de su ser querido (en este caso su esposa) y del duelo para el camino con el mismo Dios:
"Los momentos en los que el alma no encierra más que un puro grito de auxilio deben ser precisamente aquellos en que Dios no puede socorrer. Igual que un hombre a punto de ahogarse al que nadie puede socorrer porque se aferra a quien lo intenta y le aprieta sin dejarle respiro. Es muy probable que nuestros propios gritos reiterados ensordezcan la voz que esperamos oír"
Un gran hombre moría y fue en el sufrimiento por la perdida de su esposa lo que le ayudó a comprender su propia religión más que cualquier conversación con Tolkien o alguno de sus amigos.
 Su vida y obra se pueden consultar en: C. S. Lewis-Wikipedia

El Espíritu de San Juan

Tradicionalmente el arte nos lo ha presentado como un hombre joven, casi adolescente, normalmente recostado sobre el hombro de Jesús en la Última Cena, aunque como muchos de los discípulos de Jesús, apenas sabemos algo de su vida que no este en las escrituras. 


Juan era hermano de Santiago conocido como el Mayor (el mismo al que se atribuye la evangelización en la Península Ibérica), siendo ambos hijos de Zebedeo y pescadores de profesión (Jesús los llamaba "boanerges" que significa hijos del trueno). Juan debió ser uno de los personajes más importantes de las primeras comunidades cristianas, aunque apenas conozcamos certezas sobre su vida posterior a la Resurrección de Jesús. Ahí es donde entran los denominados escritos Joanicos. 


Éstos son una serie de obras atribuidas a San Juan, que nos pueden dar cierto detalles sobre su vida, aunque no tenemos seguridad en cuánto al nombre de su autor, salvo uno. Es por eso que algunos dividen al Juan Apóstol (discípulo de Cristo) y a Juan el Evangelista (el autor de estos escritos, denominado así por el Evangelio que lleva su nombre). Las obras atribuidas a San Juan son:
  • El Evangelio de San Juan.
  • Primera, Segunda y Tercera Epístola de San Juan.
  • Apocalipsis.
Todos y cada uno de estos escritos destacan por un fuerte simbolismo e incluso por una manera totalmente distinta al resto de libros que componen el Nuevo Testamento. Así en el Evangelio de San Juan vemos como aparecen determinados relatos que no aparecen en los otros tres (Las bodas de Caná por ejemplo), la forma de hablar de Jesús es algo distinta (en verdad, en verdad te digo), haciendo hincapié en lo que dice más que en lo que hace, el relato sobre la Pasión y Muerte es tremendamente diferente (da especial importancia al lavatorio de los pies y la conversación entre Jesús y Pilatos es impresionante) y se menciona una y otra vez al "discípulo amado" al que algunos consideran que es el propio Juan, acompañando a la Virgen María.  


Tanto las epístolas como el Apocalipsis repiten el carácter simbólico de San Juan con un lenguaje avanzado que ha llevado a considerar estos escritos como muy posteriores no ya sólo a la época de Cristo, sino incluso al propio San Juan. El mencionado Apocalipsis es un texto que nos da pistas: nos refiere a un tal Juan que esta exiliado en la isla griega de Patmos y sería allí donde tiene la diferentes visiones sobre el futuro de la humanidad y la llegada en su Gloria de Jesús. 


Algunos, para justificar un lenguaje demasiado culto para lo que sería la época en la que vivió San Juan, hablan de que estos textos no fueron escritos por un hombre llamado Juan, sino por seguidores y discípulos del apóstol del mismo nombre. La tradición enmarca su muerte en Efeso durante el Imperio Romano dirigido por Trajano.
Lo cierto es que San Juan ha pasado a la historia del Cristianismo como ejemplo de discípulo perfecto, uno de los pilares del cristianismo primitivo. San Juan tiene como símbolo la denominada Águila de Patmos (por la isla en la que supuestamente escribió el relato apocalíptico) por "la devoradora pasión del espíritu" que caracterizó a este hombre. San Juan sería un discípulo bastante apreciado muy especialmente en España, donde se leía muy habitualmente al Apocalipsis, siendo su símbolo del Águila por los Reyes Católicos entre otros como escudo de armas. 

Ese cementerio de elefantes llamado Senado

Los partidos políticos suelen hablar del necesario respeto a las Instituciones, pero ni ellos mismos las respetan cuando vemos que en ellas hay personas que ocupan otros cargos (como la Alcaldía) o gente que ya esta muy pasada. El ejemplo lo tenemos en ese Senado que algunos aprovechan para estar (sin más) y de paso cobrar un sueldo por hacer absolutamente nada. 


El Senado es de esas extrañas Instituciones que casi nadie quiere y que sólo los partidos políticos defienden para buscar el echadero particular de algunos. Así vemos a ex-presidentes y demás ralea de personajes que no saben hacer otra cosa que estar en política. De esta forma vemos como la gente, con sorna, aunque con razón, habla del Senado como ese cementerio de elefantes. 
Lo cierto es que el Senado es una Institución innecesaria, sin ningún poder legislativo, que para lo único que ha servido es para meter a políticos y gastarse el dinero de la forma más estúpida en un país, que, por otro lado, siempre ha sido dado al derroche. Un factor regenerativo para esta Democracia sería la desaparición de este inmenso cementerio de elefantes (hasta 261 senadores con sus respectivas dietas) y que las uvas pasadas (y no hablo de las veteranas, sino de las increíblemente pasadas) dejen paso y no hagan de la política su coto particular, inventándose instituciones absurdas como ese cementerio de elefantes llamado Senado.