sábado, 12 de junio de 2021

La extraña leyenda del doctor Velasco y su hija

El 23 de Octubre de 1882 fallecía el doctor Velasco cuando apenás le quedaban 2 días para cumplir 68 años. El señor don Pedro González de Velasco, natural de Valseca de Boones en Segovia, fue una de la grandes personalidades de su tiempo. 


De una familia muy humilde (eran labradores de profesión) se mudó a la Villa de Madrid cuando fallecieron sus padres, pasando a servir en casa de varias familias pudientes, combinando el trabajo con un intenso estudio sobre la que sería su vida: la anatomía y la forma de conservar los cuerpos para la enseñanza. El trabajo duro hizo que ejerciera como practicante y después, como cirujano, siendo catedrático de operaciones en la Facultad de Medicina y con un puesto como doctor en el Hospital Clínico San Carlos. El doctor Velasco, persona muy respetada, es el claro ejemplo de un hombre que supo labrarse un futuro. 
El dinero que ganó lo dedicó a viajar por el mundo, encontrando una serie de muestras que llegaron a convertirse en una auténtica colección de piezas de antropología y etnografía para la que mandó construir un palacete junto al Retiro. Proyectado por el arquitecto madrileño don Francisco de Cubas en 1873,  se convirtió, a la par, en residencia del doctor Velasco y museo. Velasco es reconocido por ser el fundador del Museo Nacional de Antropología en 1875.
El propio Alfonso XII inaugura la casa-museo como Museo Anatómico. Cuentan que en aquella visita, el Rey le pidió al doctor Velasco que le formulase un deseo para que pudiese continuar su labor. "¡Que me concedan cadáveres para enseñar a los vivos!" respondió el doctor. 
Ahí, en los estudios sobre cadaveres, para hallar las causas de enfermedad, funcionamiento y muerte del ser humano es donde el doctor Velasco entronca con una leyenda que, sin dejar de ser curiosa, no hace justicia para un hombre que fue mucho más que todo eso. 
Velasco matrimonió con doña Engracia Pérez Cobo (la cual falleció el 18 de diciembre de 1873), teniendo una hija María de la Concepción González Velasco y Pérez, su querida Conchita, la cual falleció el 12 de mayo de 1864 a los 15 años. La niña, ya una adolescente, sufria de tifus. Al ver que los tratamientos del doctor Mario Benavente (padre de don Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura) no tenían los resultados deseados, fue el mismo el que le administró un purgante que le causó la muerte. Velasco nunca se recuperó de su perdida no ya sólo por perder a una hija (algo terrible), sino que se unía la tragedía de que de una forma directa, había sido el casuante de su muerte. Antes de que fuera enterrada, la embalsamó. Una vez instalado en la casa-museo, decidió traer los restos mortales de su niña a su domicilio, exhumándolos del cementerio de San Isidro casi en perfecto estado. Cuentan que el cuerpo lo instaló en uno de los aposentos de la casa con un vestido de novia. A partir de ahí, surgió la leyenda de Velasco y el cadaver embalsamado de su hija, la cual estaba tan perfecto que algún que otro téstigo decía que parecía dormida. Las habladurías decían que que la sentaba a la mesa con él y su mujer o que la sacaba a pasear en carruaje por el Retiro, llevandola incluso a la ópera.
El escritor aragonés Ramón J. Sender escribió un cuento sobre su vida, "La hija del doctor Velasco", que incluyó en su obra "La llave y otras narraciones". El deseo de Velasco era el de ser enterrado en el museo junto a su hija, pero su mujer, que falleció después, se negó a ello, siendo enterrada la hija en el cementerio de San Isidro. El cuerpo del doctor permaneció en el museo hasta 1943 hasta que fue embalsamado y trasladado a ducho cementerio, ocupando el mismo nicho que su esposa e hija en 1965.

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