Era (y es) un tipo duro. Elegante, pero duro. Su nombre era Bond. James Bond. Si; así conocimos a uno de esos actores de los que diríamos que no necesita presentación, aunque en aquel lejano 1962 no era precisamente conocido; no hasta que hizo por primera vez de aquel 007 que luchó contra el Doctor No y se enamoró de una bellísima Ursula Andress (¿Y quién no?). A partir de ahí, la carrera de este escoces de Edimburgo (y bien orgulloso de ello que está: "No soy inglés, nunca fui inglés, y no quiero ser uno. ¡Yo soy escocés! Era escocés y siempre seré escocés"); la carrera de Sean Connery crecería como la espuma.
Rodó con grandes como Hitchcock (con una gran Tippi Hedren en "Marnie la Ladrona") o John Huston (como aquel hombre que pudo reinar), Connery viraba entre la acción de Bond al suspense y siguiendo por la aventura. Incluso en películas donde no interpretara a 007 siempre tenía ese aire de galán, pero al que no se le debía buscar las cosquillas. Connery en estado puro.
Pero Sir Connery era mucho más que Bond. Ya después de interpretar al agente 007, ya rodó películas de gran calibre tales como "El Nombre de la Rosa", "Los Intocables de Eliot Ness" (que le valió su único Oscar... como actor secundario), "La Caza del Octubre Rojo" e incluso se asomó a la saga de Indiana Jones con "Indiana Jones y la Última Cruzada" donde interpretaba al estricto padre de Indy, obsesionado con encontrar el Santo Grial.
Connery, actualmente delicado de salud y retirado por ende de la escena pública (¡lastima!) es uno de esos actores que literalmente se comía la pantalla, ya hiciese de secundario o de actor principal. Creó que su personalidad se puede resumir en esta frase dicha por el mismo: "Tal vez no sea un buen actor, pero sería aún peor si hiciese otra cosa". Connery, genio y figura.
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