Uno de los grandes símbolos arquitectónicos de la edad antigua los acueductos (nombre que procede del latín aquaeductus) son un conjunto de sistemas de irrigación el cual transporta agua
en forma de flujo continuo desde un lugar concreto a otro muy distantes entre si, generalmente de ríos o embalses a ciudades o poblados. Ni que decir que los acueductos más reconocidos los proporcionó el Imperio Romano.
La propia ciudad de Roma tenía hasta 11 acueductos, siendo la que más tenía, aunque allá por donde pasó el Imperio, había un acueducto dispuesto a proveer de agua potable para el consumo humano, aparte de utilizarla también para remover desperdicios. El Aqua Appia fue el primer acueducto de Roma construido por los censores Apio Claudio Ceco y Cayo Plaucio Deciano en el año 312 a. C., siendo el primero de muchos.
La construcción de un acueducto se llevaba de forma pormenorizada desde el inicio, exigiendose un estudio minucioso previo del terreno para escoger el trazado más económico, permitiendo además una
pendiente suave y sostenida donde pudiera discurrir el agua, la cual discurría sobre el suelo apoyado en un muro (substructio) en el que habían alcantarillas con el objetivo de facilitar el tránsito normal de las aguas
de superficie.
Si el terreno se elevaba, el canal quedaba enterrado (riuus subterraneus), formando una galería subterránea (specus)
excavada directamente en la roca o construida dentro de una zanja.
En el caso de que hubiera que hacer frente a una fuerte depresión, se recurría a la
construcción de sistemas de arcos (arcuationes), muy conocidos por todos nosotros, los cuales sostenían el canal y lo mantenían al nivel adecuado.
Por toda la tierra dominada por el Imperio permanecen aún acueductos, que si bien algunos no están en funcionamiento, nos demuestran la fortaleza de estos ejemplos de ingeniería constructora llevada a cabo por los romanos tales como el inmenso y reconocidisimo acueducto de Segovia.
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