domingo, 28 de febrero de 2021

Francisco Pizarro: de la nada a la eternidad

En 1524 se había iniciado la conquista del Peru con ciento doce hombres y cuatro caballos con solo un navío al mando de un trujillano de armas tomar. Su nombre era Francisco Pizarro. Tras muchas inclemencias no  sólo en cuanto a batallas, sino propias del tiempo, en el plazo de dos años, trece hombres y su lider llegaron derrengados a la la isla del Gallo, en la bahía de Tumaco y todo frente a un descontento por parte de aquellos que aún acompañaban al hambriento Pizarro, pero no era el hambre de comida lo que tenía el conquistador. Pizarro intenta convencer a los hombres que le quedan para que sigan adelante, pero la mayoría de sus huestes quieren desertar y regresar. El relato siguiente nos lo hace el historiador peruano  José Antonio del Busto:
"El trujillano no se dejó ganar por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella desnuda hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga se limitó a decir, al tiempo que, según posteriores testimonios, trazaba con el arma una raya sobre la arena:
— «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere».
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de la duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes, que en número de trece, pasaron la raya. Pizarro, cuando los vio cruzar la línea, «no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada». Sus nombres han quedado en la Historia"
Los trece de la fama o los Trece caballeros de la isla del Gallo como se les ha conocido pasaron a la eternidad y con ellos el gran Francisco Pizarro González. 
 

Pizarro, natural de la localidad extremeña de Trujillo como ya comenté, nació un 16 de Marzo de 1478 (o 1476 según algunas versiones), por lo que ni tan siquiera Colón había llegado a las Antillas y ni mucbo menos había presentado el proyecto a los Reyes Católicos. Ya desde muy joven participó en las guerras entre señoríos de la siempre levantisca Castilla y acompañó a su padre, el Capitán Gonzalo Pizarro, en las guerras de la Península Itálica, concretamente en las campañas de Nápoles llevadas a cabo por el Gran Capitán (para saber más... ). 
En 1502 embarcó en la flota que llevaba a las Indias a Nicolás de Ovando, el nuevo Gobernador de La Española. Pizarro, dado su carácter temperamental, no logró adaptarse a la vida sedentaria, por lo que decidió participar en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró América Central en 1510 y luego en la de Vasco Núñez de Balboa que descubrió el océano Pacífico allá por el año 1513. Entre 1519 y 1523 se instaló en la ciudad de Panamá, de la cual fue Regidor, Encomendero y Alcalde, lo que le permitió obtener capital, que unida a la finaciación de Diego de Almagro, posibilitó la loca idea de conquistar el Imperio Inca. 
 
Diego de Almagro

Era una época donde se hablaba de riquezas escondidas y legendarias como el Dorado (para saber mas... ), por lo que no es de extrañar que a muchos se les juntaran sus ansias aventureras con las de la posición social que el oro proporcionaba. 
 
Los trece de la fama

Los trece de la fama exploraron parte de la costa oeste de América del Sur, región a la que denominaban Perú (nombre de origenes inciertos, aunque se habla de que tal vez su origen es denido a la proximidad del rio Virú), teniendo constancia de la inmensidad de su población. Ante la negativa del Gobernador de Panamá a conceder más hombres a Almagro, Pizarro viajó a España para exponer sus planes al rey Carlos I de España (y Emperador Carlos V), el cual, en las capitulaciones de Toledo (fechadas el 26 de Julio de 1529), nombró a Pizarro Gobernador, Capitán General y Adelantado de las nuevas tierras, designación que provocó el enfado de Almagro, que se veía relegado. Años después obtendria el título de Marques.
De regreso a Panamá, Pizarro preparó una nueva expedición de conquista, y es en Enero de 1531 cuando embarca con un contingente de 180 hombres y 37 caballos hacia Perú. Era una época dura para el Imperio Incá, ya que existía un enfrentamiento entre al Emperador Atahualpa con su hermanastro Huáscar, algo que de lo que Pizarro estaba informado, por lo que se entrevistó en la ciudad de Cajamarca con Atahualpa y, tras el rechazo de éste a abrazar el Cristianismo y rendir pleitesia a Carlos, lo capturó en un ataque sorpresa. 
 
Atahualpa

El Emperador inca acordó llenar de oro, plata y piedras preciosas una habitación a cambio de su libertad, pero la llegada de Almagro y sus seguidores hizo que Pizarro, el cual había trabado cierta amistad con el preso,  acusó a Atahualpa, presionado por Almagro, de haber ordenado el asesinato de Huáscar desde la prisión y de preparar una revuelta contra los españoles, ordenando su ejecución. Posteriormente, Pizarro se alió con la nobleza inca, complentando sin apenas resistencia la conquista de Perú, iniciada por Cuzco, la capital del Imperio en Noviembre de 1533, nombrando Emperador a Manco Cápac II, hermano de Huáscar.
 
Fundación de Lima. En esa ciudad asesinarían a Pizarro

Pizarro y Almagro, que ya no se tenían precisamente en estima desde las famosas capitulaciones de Toledo, entraron abiertamente en conflicto por la posesión de Cuzco, se enfrentaron en la batalla de las Salinas, acaecida en Abril de 1538, donde Pizarro derrotó a Almagro, ejecutandolo, algo que los seguidores del ajusticiado nunca le perdonaron a Pizarro, a pesar de prestarle juramento de fidelidad.
 
Muerte de Pizarro

El asesinato de Pizarro, que tuvo lugar el 26 de Junio de 1541 podría citarlo de muchas formas, pero dejare que el ya mencionado historiador José Antonio del Busto no lo relate:
"Los asesinos, a cuyo frente venía Juan de Rada, subieron la escalera y hallaron en su puerta abierta a Francisco de Chaves, quien tenía la orden de mantenerla cerrada. Suprimiendo todo diálogo, lo mataron de una estocada y penetraron al comedor. El viejo Marqués, que por terminar de abrocharse las coracinas había tornado a su dormitorio, salió al encuentro de los intrusos con la espada desenvainada, reuniéndose con sus cuatro leales compañeros y dirigiéndose de modo particular a su hermano para decirle: ¡A ellos, hermano, que nosotros nos bastamos para estos traidores! Los doce almagristas se limitaron a mantenerse en guardia, gritándole con ira y odio: ¡Traidor!
La lucha se entabló sin ninguna ventaja para los de Chile. Al tiempo que luchaba, Pizarro enrostraba a sus atacantes. Había tomado el primer puesto en la pelea y tanto era su brío que no había adversario que se atreviera a propasar la puerta. En eso cayó Francisco Martín con una estocada en el pecho, también los dos pajes y Gómez de Luna. Solo se puso entonces a defender el umbral, desesperando a sus contrincantes que, acobardados, pedían lanzas para matarlo de lejos. No se retrajo por ello el Marqués, antes bien, pretendiendo desanimar a sus enemigos, siguió combatiendo con más intensidad que antes. Tan animoso se mostró, que Juan de Rada entendió que así no lo vencerían nunca y, recurriendo a un ardid traicionero, tomó a uno de los suyos apellidado Narváez y lo empujó hacia Pizarro; el Marqués lo recibió con su espada, pero el peso del cuerpo lo hizo retroceder, aprovechando entonces los almagristas para penetrar el umbral a la carrera y rodearlo. Pizarro continuó la lucha, ya no atacaba, se defendía. El anillo de asesinos giró con frenesí de odio, luego se cerró con intención de muerte. Cuando el anillo se abrió, el Marqués estaba lleno de heridas, una de ellas en el cuello. Pizarro, caído sobre el brazo derecho, tenía el codo lastimado; sus ropas estaban manchadas de sangre, ésta le emanaba a borbotones, pero sin mostrar flaqueza ni falta de ánimo, trató de levantarse para seguir luchando. Sin embargo, las fuerzas no le ayudaron y, todavía consciente, se desplomó sobre el piso ensangrentado.
Sintiendo las ansias de la muerte, se llevó la mano diestra a la garganta y, mojando sus dedos en la sangre, hizo la cruz con ellos; luego balbuceó el nombre de Cristo e inclinó la cabeza para darle un beso a la cruz... Entonces uno de los asesinos le dio una estocada en el cuello, otro quiso ultimarlo y, tomando una alcarraza, se la quebró en el rostro. El Marqués se desplomó pesadamente y quedó quieto en el suelo. Así, mientras los asesinos salían gritando: ¡Viva el Rey, muerto el tirano!, y los rezagados bajaban fatigados la escalera comentando ¡cómo era valiente hombre el marqués!, arriba —con el rostro hundido en su sangre guerrera— yacía el Conquistador del Perú"

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