La vida durante su infancia no había sido fácil, pero siempre hay alguien que nos ayuda a seguir adelante. En el caso de aquel niño sería un simple maestro de escuela. Aquel maestro se había empeñado en que su alumno al que veía lleno de talento estudiara el bachillerato. Lo había preparado a conciencia, venciendo incluso la insana reticencia de aquella familia de toneleros que se negaba a darle estudios porque necesitaba que aquel chaval despierto llevara dinero a casa. Aquel joven era hijo de una madre sordomuda, de un padre al que no conoció, ya que murió en la histórica batalla de Verdun en la Gran Guerra, y que crecía en el barrio obrero de Bellcourt, en
Argel, al cuidado de una
abuela.
El maestro le acompañó en tranvía al examen de ingreso y allí, sentado en un banco en la plaza del instituto a esperar los resultados. Aquel joven no sólo aprobó, sino que le acabaron por conceder una beca debido a sus buenos resultados. Sin embargo, en la cara aquel chico no sólo estaba la felicidad por haber conseguido su objetivo, sino el agradecimiento por lo tanto que le había dado su maestro.
Pasaron los años y aquel chico alcanzó la excelencia en su trabajo hasta el punto de recibir un premio. En medio de felicitaciones y parabienes, encontró tiempo para escribir una carta que decía:
París, 19 de noviembre de 1957
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas.
Aquel alumno agradecido, aquel que ya era todo un hombre, era ni más, ni menos que el gran escritor frances Albert Camus, el cual acababa de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Un alumno (nunca se desvistió de tal condición), el cual reconoció en ese simple maestro (que como comprobaran no era tan simple) a la fuente primigenia, que le ayudo a salir adelante y convertirse en un hombre de provecho.
El maestro señor Germain le contestó a la carta con la misma emoción: "Creo conocer bien al simpático hombrecillo que eras. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona. El éxito no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo el mismo Camus".
El agradecimiento es la virtud de las grandes personas. Éste es un buen ejemplo
ResponderEliminarMuy de acuerdo. Es de bien nacido ser agradecido
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