Cuenta una leyenda que escuche hace tiempo que el sol y la luna estaban extraordinariamente enamorados ya antes de que Dios crease el mundo, lo que pasa es que estaban muy lejos el uno del otro, aparte de que mientras el sol brillaba durante el día, la luna brillaba por la noche siendo imposible que se vieran. La tristeza de los amantes era infinita y muy especialmente de la luna que a veces apenás alumbraba en medio de la oscuridad.
Viendo esto, el Sol se acercó a Dios pidiéndole que tuviera piedad de su frágil amada. Al escucharlo, Dios, sabio y compasivo, llenó el cielo de estrellas para que le hicieran compañía a la luna, pero a cambio le pidio que se mantuviera llena todas las noches, ya que así su belleza deslumbraría. Sin embargo, la Luna se negó completamente, mostrandose tal y cómo se sintiese: su forma sería el reflejo de sus propias emociones.
Ante eso y dado el Amor que se profesaban el sol y la luna, Dios en su infinita bondad, creó los eclipses como prueba de que en el universo no existe un Amor imposible.
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