sábado, 7 de diciembre de 2019

Voltaire y la Tolerancia Religiosa

Cuando Voltaire regresó de Inglaterra a su país natal en 1729, concebió una idea basica, que lo definiría durante su vida y, tras su muerte: fomentar la tolerancia y combatir el fanatismo, algo que haría que chocara con la Iglesia Católica. 


Tradicionalmente, Voltaire ha sido definido como el "filósofo ateo" pues fue encarcelado por su crítica a la Iglesia. Lo cierto es que Voltaire era deísta, pues intenta basar la creencia en Dios no a traves de la revelación, la Fe o la tradición como hacen las religiones, sino a través de la razón. Voltaire no creía en la intervención divina en los asuntos humanos. La labor del ser humano es tomar su destino en sus manos y mejorar su condición mediante la ciencia y la técnica, embelleciendo su vida gracias a las artes. Voltaire era un tipo eminentemente ilustrado que fur duramente perseguido precisamente por los fanaticos a los que intentaba combatir.
Hay una leyenda que se nos relata en "Madame Bovary" de Gustave Flaubert donde se nos dice que Voltaire, al final de sus días, "en la agonía se cree que engulló sus propios excrementos". No obstante, dicha afirmación procede de uno de uno de esos eclesiasticos que lo despreciaban. 


Voltaire, que defendió la tolerancia hasta el final de sus días, condenando el fanatismo, viniese de donce viniese, escribió sobre este tema en el «Tratado sobre la Tolerancia" (publicado el año 1763) que en su capítulo XXIII escribió esta portentosa Oración a Dios:
"Ya no es por lo tanto a los hombres a los que me dirijo, es a ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos: si está permitido a unas débiles criaturas perdidas en la inmensidad e imperceptibles al resto del universo osar pedir­te algo, a ti que lo has dado todo, a ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar con piedad los errores inherentes a nuestra naturaleza; que esos errores no sean cau­santes de nuestras calamidades. Tú no nos has dado un corazón para que nos odiemos y manos para que nos degollemos; haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera; que las pequeñas diferencias entre los vesti­dos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todos nuestros idiomas insuficientes, entre todas nuestras costumbres ridícu­las, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre todas nuestras opiniones insensatas, entre todas nuestras condiciones tan des­proporcionadas a nuestros ojos y tan semejantes ante ti; que todos esos pequeños matices que distinguen a los átomos lla­mados hombres no sean señales de odio y persecución; que los que encienden cirios en pleno día para celebrarte soporten a los que se contentan con la luz de tu sol; que aquellos que cubren su traje con una tela blanca para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen la misma cosa bajo una capa de lana negra; que dé lo mismo adorarte en una jerga formada de una antigua lengua o en una jerga más moderna; que aquellos cuyas vestiduras están teñidas de rojo o violeta, que mandan en una pequeña parcela de un pequeño montón de barro de este mundo y que poseen algunos fragmentos redondeados de cier­to metal, gocen sin orgullo de lo que llaman grandeza y riqueza y que los demás los miren sin envidia: porque Tú sabes que no hay en estas vanidades ni nada que envidiar ni nada de que enorgullecerse.

"¡Ojalá todos los hombres se acuerden de que son herma­nos! ¡Que odien la tiranía ejercida sobre sus almas como odian el latrocinio que arrebata a la fuerza el fruto del trabajo y de la industria pacífica! Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos odiemos, no nos destrocemos unos a otros en el seno de la paz y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam a California, tu bondad que nos ha concedido ese instante"

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