Si había algo que me encantaba cuando era pequeño era el llenarme la boca (que precisamente no la tenía pequeña) con leche condensada (la ya desaparecida cuatro vacas), a veces aderezada con un plátano lo que era la cumbre del dulzor.
Mis padres solían guardar la leche condensada en armario alto que estaba al lado de la puerta de la cocina por lo que, al no alcanzar, tenía que coger una silla y subirme literalmente al poyo de la cocina para obtener mi delicioso objetivo. Y todo eso, mientras pausaba el vídeo de Disney, que veía por las tardes.
"Que raro que la leche condensada apenas dure dos días" se debían estar preguntando cuando la realidad (que descubririan muy pronto) era que yo me relamía ante la posibilidad de volver a literalmente llenarme la boca con media lata de leche condensada. No es que le haga ascos al café, pero yo soy más partidario del cortado de leche y leche. ¡Por algo será!
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