Como si de auténticos gigantes, una raza superior viene de Marte para conquistarnos. Cuando H. G. Wells escribió "La Guerra de los Mundos" todavía no estábamos sumidos precisamente en la edad de oro de la ufología (de hecho, fue publicada cuando ni siquiera estábamos en el Siglo XX; era el año 1898), pero ya se hablaba de vida en otros planetas e incluso en la luna con los misteriosos selenitas de los que ya hablaría don Julio Verne. La novela de Wells, hombre que ya de por sí mezclaba la fantasía con el terror y la ciencia ficción, es sumamente terrible. Vienen a conquistarnos y lo hacen con pasmosa facilidad.
Rayos calóricos por un lado y avance mediante ingenios electrónicos por otro, los marcianos atacan a una especie inferior como el ser humano sencillamente porque pueden tal y como el hombre ha hecho con otras especies animales, interpretación que parece entreverse de la propia novela, aunque no hay gente que deje de ver con razón una crítica al colonialismo principalmente ejercido por Reino Unido, Francia y Alemania, criticando las costumbres puramente victorianas en relación a la despreocupación de los ciudadanos de la City (Londres) frente a la invasión marciana que conlleva la destrucción y muerte de otras personas en un medio rural, muy alejado de ellos.
La cuestión es que, a pesar del tiempo y de que sociedades como la victoriana han desaparecido, es evidente que la actuación (muchas veces intolerante, incívica e irresponsable) de los ciudadanos frente a un desastre (el que sea) es igual que el que imaginó Wells con su invasión marciana.
Es por eso que "La Guerra de los Mundos" ha sido fuente de inspiración independientemente de la época no sólo para adaptarla propiamente, sino que fue motivo para la creación de películas, programas de radios u otros libros. Todo se llevó al extremo tras los primeros avistamientos (supuestos, claro) de seres extraños que parecían provenir de otros mundos. Lo que podemos esperar es que si tales seres existen y son invasores acaben por sucumbir frente a un enemigo tan minúsculo que ni los rayos calóricos puedan contra él.
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