Es curioso que se esté dando de hoy a esta parte algo más que sorprendente (al menos para mi). Resulta que si pones al lado de algo que no te gusta el prefijo ultra lo conviertes en algo tan terrible que las personas, incluso las no ideologizadas, lo tomarán como algo malo. Es algo que ha estado haciendo la izquierda y la extrema izquierda con notable (y vergonzoso) éxito. Ya no estoy hablando de la utilización hasta la extenuación de la palabra ultraderecha (normalmente para referirse a Vox), sino de la palabra ultraliberal, ultraconservador o ultracatólico (la última palabra me enfada de forma muy particular).
Porque resulta para esa gente que desprecia la Libertad o que haya personas que tengan ideas diferentes a las suyas, el ser liberal o incluso católico, tener principios fuertes que llevas a tu vida diaria y que incluso te opongas legítimamente a temas tan controvertidos como el aborto es ser un ultra y como tal te tratan.
El problema es cuando desde la televisión, determinados individuos, algunos de los cuales no terminaron ni la carrera, lanzan el mensaje de que los ultras de derechas, los ultras de aquello y más allá. ¿Los ultra? Ultra no es defender tus propias ideas, sino el que haya un señor que hace no mucho decía que le "emocionaba que pegasen a un policía", que pegaría a una mujer determinada hasta que sangrase o que los que votaban a otros eran unos gilip... ollas (y todavía lo tiene publicado en Twitter. No es un Echenique o un Errejon). Pues resulta que ese ultra, que, por cierto, ataca continuamente a la Justicia Española, es ahora mismo vicepresidente segundo del Gobierno de España. Resulta que los ultras (de izquierda), aquellos que han defendido regímenes tiránicos y llorado cuando ha muerto un dictador de izquierda o alegrado porque se cumplían 100 años de la revolución rusa, están en el Consejo de Ministros. Son peores que ultras; son rancios.
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