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lunes, 24 de diciembre de 2018

La Gran Carrera de la Misericordia

Fue a finales del año 1925. Una epidemia de difteria, enfermedad mortal que afecta básicamente a niños menores de cinco años, se desarrolló en Nome, la cual está ubicada en Alaska. Aislada por la nieve que asolaba la zona, la situación podía haberse controlado si no fuera porque apenas había médicos o personal sanitario. 


Todo empezó cuando en 1925 Curtis Welch, único médico de Nome, diagnosticó un caso de difteria. La difteria es extremadamente contagiosa y afectó a los niños casi de forma inmediata. Las líneas estaban cortadas y las únicas vacunas existentes en la zona ya estaban caducadas. Es por eso que los servicios públicos de salud se pusieron a buscar antitoxinas. Las más cercanas estaban en Anchorage, pero sólo había 300.000 unidades, la cuarta parte de la cantidad necesaria para detener dicha epidemia. Se localizaron más unidades en la costa oeste de los Estados Unidos y Canadá, pero en situación normal se tardaría una semana en llevarla a la costa de Alaska. Así que lo que se planteó cómo transportar la antitoxina de Anchorage a Nome. La cantidad no era lo suficiente, pero podría contener la epidemia mientras llegaba el barco que traía el resto desde Seattle a Alaska. Se propuso la idea de traerlas en avión, pero se desechó dada la inclemencia del tiempo. Por otra parte, el avión todavía estaba en una fase muy experimental y no se sabía cómo actuar ante eso. Lo que quedaban los trineos tirados por perros, pero no dejaba de ser toda una proeza. 


Así comenzó la carrera por la vida, algo que sería tenido muy en cuenta por los medios de comunicación de entonces, siguiéndose por los periódicos y la radio. Los casos de difteria declarados en Nome son ya 28. Las 300.000 unidades de antitoxina que viajan por el paisaje congelado de Alaska dan para tratar unos 3 casos. Una tormenta de nieve y viento unida a una borrasca reduce la temperatura hasta los 60 grados bajo cero (¡brutal!) y no hay visibilidad.  Leonhard Seppala, un noruego nacionalizado norteamericano, que es uno de los grandes conductores de trineo de su tiempo y al que le toca la etapa más larga y difícil de todo el recorrido (el cruce de la Bahía de Norton o Norton Sound) y su perro Togo fueron los grandes héroes de aquellos días. 


Togo, un perro más pequeño de lo normal para su raza fue el que dirigió a aquel relevo de perros no sobre la nieve, sino sobre el hielo, algo difícil teniendo en cuenta que apenas se sostenían sobre el mismo. Seppala, que no tenía visibilidad (ni siquiera veía a los perros más cercanos), tenía fe en Togo y lo consiguieron, pero éste, al igual que el propio Seppala, quedaron exhaustos. 

Togo y Seppala

Y llegaron, es verdad, pero para desgracia de Seppala y muy especialmente de Togo, el mérito de la gesta se la llevaron otros. Cuando los medios ya le habían dado el nombre a este hecho de la Gran Carrera de la Misericordia, el último relevo llegó a Nome, contando con perros muchisimo más lentos y que apenas habían reccorrido 30 kilometros por los 80 que se comieron Seppala y Togo encima del hielo. 


Dicho relevó estaba comandado por Gunnar Kaasen y el equipo de perros era liderado por Balto, que se llevó el mérito hasta el punto de escribirse mucho de él, hacerse películas sobre lo que "realmente" ocurrió (recuerdo una película animada del año 1995) o ponerse estatuas en su memoria en el mismísimo Central Park neoyorkino. 
Togo murió en 1929 con 16 años y Balto, que era más joven, unos años después. Balto, que fue el que se llevó el mérito por ser el que llegó a Nome, tuvo una última vida muy mala. Tras aparecer en las portadas de todos los periódicos de la Nación, Balto fue llevado al zoológico de Cleveland, junto con los otros perros del Suero de Nome de 1925, donde pasó los últimos años de vida. Tanto la piel de Togo como la de Balto se conservan. 

Balto y Gunnar Kaasen

La proeza quedó para los anales y de hecho se estudia en todos los colegios de los Estados Unidos. Los diecinueve mushers (o guías de trineo) y casi un centenar de perros recorrienron en 127 horas una ruta que normalmente se cubría en veinticinco días (normalmente en verano) en medio de una de las peores tormentas registradas en la zona, en condiciones de nula visibilidad y con las temperaturas batiendo registros bajo cero y todo eso sin perder ni una sola ampolla de suero por el camino. La carrera del suero salvó cientos de vidas, aunque desgraciadamente no todos se salvaron (oficialmente fueron 5, pero pudieron ser más). Sin esta carrera por la vida podrían haber sido muchos más los fallecidos. 


Una anécdota: el recordado Félix Rodríguez de la Fuente estaba precisamente grabando un documental en la zona cuando falleció al estrellarse su helicóptero. 

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