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jueves, 17 de abril de 2014

"Su majestad es coja"

A lo largo de la historia de las letras, han existido infinidad de artistas que, con mayor o menos éxito, han glosado el noble arte de la palabra escrita. Uno de ellos es Francisco de Quevedo del cual sobran las presentaciones. Es uno de los más grandes literatos del Siglo de Oro Español, así como de la historia. Pero sí algo destacaba en el gran Quevedo era su "mala leche". 


Un ejemplo son sus poemas contra uno de sus enemigos, el también poeta Luis de Gongora, al que odiaba a muerte (literal).
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
Pues cuentan que la Reina de España, Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, padecía una evidente cojera desde su infancia. La cuestión es que no le gustaban que le recordaran la misma hasta el punto de castigar al osado. Es entonces cuando el propio Quevedo hizo una apuesta con dos amigos. La idea consistía en llamar coja a la Reina ante sus propias narices y el pago sería el de una cena esa misma noche. 

Isabel de Borbón

Compró Quevedo dos ramos de flores: uno de claveles blancos y otro de rosas rojas, y se presentó ante la Reina que se hallaba en la plaza pública. Con una cortés reverencia, Quevedo extendió los brazos ofreciéndole a Isabel de Borbón, los dos ramos de flores, uno sujeto en cada mano. A continuación Quevedo recitó a la reina dos versos, que le harían ganar una cena:
Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja. 
Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad es coja.
No sabemos qué ramo escogió la Reina, el caso es que ante sus mismas narices, había sido víctima de uno de los clásicos recursos de Quevedo. que consistía en mediante la homonimia, en la paronimia o en la polisemia, modificar el significado de una palabra o frase agrupando de distinta forma sus sílabas. Esta técnica se llama calambur. Y, como debió pensar el propio Quevedo, es que no hay nada como tener recursos estilísticos para ganar una apuesta.

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