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lunes, 13 de mayo de 2013

La canasta de Alocén que cambio la historia

Era el año 1962. El baloncesto europeo vivía sus primeros años con la Copa de Europa. Ésta se había creado de un modo muy parecido a la de fútbol, aunque en este caso la competición estaba dominada únicamente por los equipos soviéticos.


Ese año, los cuartos de final depararon un enfrentamiento entre dos equipos destinados a acabar con la hegemonía comunista: el Ignis de Varese y el Real Madrid. En esta época los enfrentamientos se producían a doble partido, uno en casa de cada uno de los contrincantes, pasando a la siguiente eliminatoria el equipo con mayor suma de puntos en el global de la eliminatoria. Por lo tanto era importante no perder por mucho en uno de ellos para tener opciones en el siguiente. La eliminatoria se jugaría primero en Italia y después en la capital de España.

Ferrandiz le dio al Real Madrid un gen competitivo único

La plantilla del equipo blanco ya contaba con jugadores que darían tanta gloria a su club como a la selección nacional: Emiliano, Sevillano, Luyk o Sainz. Durante el encuentro se fue confirmando el temor de un ambiente infernal en la cancha que avanzaba conforme discurría el mismo. La presión era la fuerza del Varese y se comprobo minuto a minuto. No obstante, los muchachos entrenados por Pedro Ferrandiz no se amilanaron en ningún momento. 

La previa en la prensa deportiva

Durante ese tiempo, el Real Madrid oscilaba en ventajas de unos diez puntos. Al descanso se llegó con 8 puntos al descanso. De todas formas, sería precisamente el árbitro francés De Redevilher el que comenzaría a perder aplomo ante la presión de la hinchada, anulando hasta 6 canastas del Real Madrid en este segundo tiempo. El Ignis impulsado por el aliento de sus aficionados recortaba las distancias mientras que los madridistas perdían fuelle muy castigados por las faltas personales y por la lesión del pivot merengue, Wayne Hightower, merced a la dura defensa, rayando en la violencia, del italiano Gavagnini.
A dos minutos del final el Madrid seguía manteniendo 10 puntos de diferencia pero iban al banco por cinco personales Sevillano y Morrison, con Emiliano, Lluis y Lolo con 4 personales. A falta de 27 segundos parecía que el Madrid, que vencía 75-80, salvaría la situación pero 5 puntos fugaces del húngaro Toth igualaban el encuentro a falta de dos segundos. En ese momento Pedro Ferrándiz solicitó tiempo muerto. El Real Madrid tenía apenas dos segundos para conseguir una canasta o sufrir 5 minutos de dura y larga prorroga.

Emiliano entrando a canasta

En ese momento se le ocurrió una genialidad el brillante entrenador merengue: el encargado de anotar seria Lorenzo Alocén, pero no en la canasta rival... sino en la propia. Los dos únicos puntos de Alocén en ese partido se anotaron al capitán italiano Gavagnini, una canasta que cambió las normas.
Uno de los arbitros dudo en señalar técnica, pero ante la increíble situación generada, pero la alegría de la hinchada local se lo impidió. Hasta que unos minutos después se dieron cuenta de que se habían anotado la canasta en propia, sacrificando un partido, pero asegurándose una derrota por solo dos puntos y evitar una prorroga que podría haber supuesto una sangría de puntos en su contra. La afición italiana se volvió más irascible y el equipo varesino protesto ante la FIBA, pero aunque moralmente pudiera ser reprochable, no había ningún artículo en contra de la acción. 
A partir de aquel momento la FIBA modificó el Reglamento, sancionando al equipo que hiciera este tipo de acciones con 1000 marcos de multa  y la exclusión de participar en competiciones europeas. Antes de dicho cambio el Real Madrid gano cómodamente la vuelta y se convirtió en el primer equipo no soviético que jugo la final: ante el FC Dinamo Tbilisi con quien perdió por 90-83. Pero ese no sería el final de este gran equipo que conseguiría ganar dos años después la Copa de Europa: el primer equipo del otro lado del telón de acero que conseguía ser el Rey de Europa. Pero nada como esa "triquiñuela" salida del genio de Ferrandiz aquél día en Varese y es que como debió decir el gran Pedro: "hecha la ley, hecha la trampa", aunque en este caso él cambió la ley.

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