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jueves, 7 de mayo de 2020

Haciendo de abogado del diablo

La expresión con la que título esté post es dicha para una persona que defiende a ultranza una postura (crean o no crean en ella) contraria a la de otro debatiente, permitiendo de esa forma comprobar la calidad argumental de dicho debatiente para saber si está en lo cierto o no. Por supuesto dicha expresión la encontramos en la historia y más concretamente en la historia de la Iglesia.


La figura del Promotor de la Fé o Promotor Fidei en latín (pues ese era su verdadero nombre) existió hasta 1983, siendo establecida en su momento por el Papa Sixto V en 1587. 

Sixto V

El Promotor de la Fé no era precisamente un cualquiera. Era un clérigo doctorado en derecho canónigo, el cual se encargaba durante los procesos de beatificación y santidad de exigir pruebas, demostrar errores y, en definitiva, poner todas las trabas posibles a que el aspirante a beato o santo subiese a los altares. 
Lo cierto es que, aunque parecía estar alineado entre las filas de los que se oponen al candidato (de ahí procede el término "abogado del diablo", advocatus Diaboli en latín, el "defensor del otro bando"), era todo lo contrario: se encargaba de defender la autenticidad de las virtudes del que será propuesto como modelo a imitar para el pueblo de Dios. Si el candidato podía "resistir" las intensas críticas del abogado del diablo, entonces es que merecía ser subido a los altares.


Juan Pablo II se cargó esta figura, la cual fue sustituida por el Promotor de la Justicia (Promotor Iustitiae en latín), pero no es lo mismo.  ¿Por qué? Porque esto le permitió al propio Juan Pablo II realizar casi 500 canonizaciones y más de 1.300 beatificaciones, mientras sus predecesores en el Siglo XX sólo realizaron 98 canonizaciones. Las mentes maledicentes dicen con cierta sorna que nunca fue tal fácil subir al cielo.

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