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lunes, 20 de agosto de 2018

Las brujas de Goya

Si algo es destacable en la pintura de Goya son... las brujas. Fue, tras su llegada a Madrid, cuando se hizo con una edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi de Leandro Fernández de Moratín (de quien sería gran amigo en la Villa y Corte) y que versaba sobre un supuesto caso de brujería en el norte de España. Más allá del hecho histórico, Goya comenzó a interesarse por las supercherías relacionadas con la brujería y como tal comenzó a realizar una serie de pinturas que tenían como motivo esencial a las brujas.

 
Así en los cuadros de Goya vemos aquelarres, brujas volando e incluso reunidas en torno al macho cabrio que representa al mismísimo diablo. La brutalidad de toda una sociedad encarnada en la brujeria.

LInda maestra

El ejemplo brujeril de Goya lo tenemos en una serie de seis cuadros que realizo para el gabinete de la Duquesa de Osuna en la finca llamada El Capricho, que son el Vuelo de brujas (que se halla en el Museo del Prado); El conjuro y El aquelarre (que se halla en el Museo Lázaro Galdiano); La cocina de los brujos (que forma parte de una colección privada en Méjico), El hechizado por la fuerza (que se encuentra en la National Gallery de Londres) y El convidado de piedra (cuyo paradero se desconoce). 

El vuelo de brujas

Incluso entre las llamadas pinturas negras (realizadas con la técnica de óleo al secco para su casa que estaba en la finca conocida como la Quinta del Sordo) encontramos un aquelarre, que fue definido a la perfección por el pintor Julio Caro Baroja (y que es un ejemplo de lo que fue la brujería en Goya): "Es el símbolo más perfecto de una sociedad fea y bestial, dominada por crímenes y violencias de todas clases". 


Por otro lado, según Carmelo Lisón Tolosana esta pintura es... 
"... la composición satánica [de Goya] más impresionante: en nocturna asamblea preside el terrible, inquietante y poderoso Gran Cabrón a una masa de viejas brujas con caras embrutecidas, delirantes, alucinadas, con ojos desorbitados y bocas torcidas. Las acalaveradas cabezas, las posturas atentas y las admiradoras fauces entreabiertas escuchando a la espeluznante mancha negra que es el Gran Cabrón, cornudo y barbudo, contrastan con la damisela aprendiza, tocada de mantilla, joven y bien formada, atenta y atractiva que contempla, separada pero sin inmutarse, tan satánica escena. Genial pintura negra tan fantástica como monstruosa, en la que Goya toca techo humano: el embrutecimiento de seres racionales por un extremo y su satanización por otro. [...] El problema de la brujería sobrepasa nuestra capacidad racional. El Gran Cabrón y el aquelarre afirman con su nocturnidad macabra el triunfo de la irracionalidad, la persistencia del Mal"

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