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viernes, 16 de septiembre de 2016

La defensa numantina

Sería sobre el año 153 a. C. en plena conquista de la Península Ibérica por parte de Roma cuando comenzaría una gesta que duraría 20 años. La antigua Numancia, situada sobre el cerro de la Muela, en Garray, a siete kilómetros de Soria, resistía al invasor. 


Durante este tiempo no hubo manera de vencer la tenaz resistencia de los numantinos. Harto de innumerables fracasos, el Senado romano recurrió a su mejor soldado, Publio Cornelio Escipión Emiliano, conquistador de Cartagena, para que comandara el ejército y rindiera a los pies del Imperio de una vez por todas a esos rebeldes que empañaban el buen nombre de la república de Roma.
Escipión, conocido como Africano el Menor, decidió derrotar a los numantinos de la forma más cruel posible: exponiéndolos al hambre. Con este propósito rodeó Numancia con un foso y una empalizada, levantando una muralla de piedra de nueve kilómetros de perímetro. Al otro lado de esta, estableció los campamentos de sus huestes, que, según diversas fuentes, ascendían a 60.000 hombres armados con catapultas, ballestas, carros, etc.
Los sitiados, a pesar de todo, intentaron romper el cerco en varias ocasiones, aunque sin éxito, hasta que, tras once meses de asedio, la ciudad quedó diezmada a causa de la hambruna y las enfermedades, pudiendo llegar a darse el caso de canibalismo en el que los vivos se alimentaban de los muertos. 
Finalmente, los escasos supervivientes de Numancia prefirieron suicidarse a caer en manos del enemigo, y por lo tanto no quisieron convertirse en esclavos de Roma, quemando, eso si, la ciudad, en el año 133 a. C. Se cuenta que cuando Escipión entró en ella, encontró un paisaje desolador: muerte y destrucción por todos lados. Para los españoles este acontecimiento quedó grabado en nuestra memoria como un derroche de coraje y valentía, por lo que el adjetivo "numantino" se aplica a quienes son valientes y resisten con tenacidad hasta el final a pesar de las dificultades.

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