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lunes, 15 de agosto de 2016

La Vera Cruz

Encontrar la cruz donde ajusticiaron a Cristo. Algo tan grande, pero a la par tan difícil como buscar una aguja en un pajar y nunca mejor dicho. Cuenta el chiste que hay tantos fragmentos de la cruz diseminados por medio mundo que con todos ellos podría fabricarse un nuevo Arca de Noe. Sin embargo, la búsqueda de la cruz (o la supuesta búsqueda) tiene una historia muy antigua, que, sin embargo, es muy posterior al ajusticiamiento del Salvador del mundo. 


Según la Leyenda dorada (Legenda aurea en latin) de Santiago de la Vorágine, la Emperatriz Elena de Constantinopla (madre del Emperador Constantino I el Grande) cuando tenía ochenta años fue a Jerusalen con el objetivo de encontrar el sitio donde había sido crucificado el Mesías. Así hizo someter a un intenso interrogatorio a los judíos más sabios del país para que confesaran cuanto supieran del lugar en el que supuestamente Cristo había sido crucificado. Después de conseguir esta información, la llevaron hasta el Monte de la calavera (el Gólgota de las escrituras), donde el Emperador de origen hispánico Adriano, había mandado erigir un templo dedicado a la diosa Venus. 
La Emperatriz, que tras su muerte sería canonizada (Santa Elena), ordenó derribar el templo y excavar en aquel lugar, en donde según la leyenda encontró tres cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones que habían sido ajusticiados con Él. Como era imposible saber cuál de las tres cruces era la del Mesías, la leyenda cuenta que Elena hizo traer un hombre muerto, el cual, al entrar en contacto con la cruz del mismísimo Jesucristo, resucitó. Estaban ante la Vera (Verdadera) Cruz. 

Hallazgo de la cruz

Esta historia son como muchas contadas en la leyenda dorada más producto de la mente calenturienta del escritor que de la realidad. Lo cierto es que la emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar de tal hallazgo un fastuoso templo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que se dice que guardaron la reliquia. En el año 614, el rey persa Cosroes II tomó Jerusalén y, tras la victoria, se dice que llevó la Vera Cruz y la puso bajo los pies en su trono, como desprecio a la religión de los cristianos.
Tras años y años de luchas, el Emperador bizantino Heraclio lo venció en el año 628, teniendo lugar poco después una ceremonia celebrada el 14 de Septiembre de ese año, el regreso de la Vera Cruz a Jerusalén, llevada en persona por el mismísimo Emperador con todas sus galas y ricas vestimentas a través de la ciudad. Cuenta la leyenda que cuando el Emperador quiso cargar con la reliquia, fue incapaz de hacerlo, no siéndole posible hasta que no se despojó de todas las galas a imitación de la pobreza y la humildad del Mesías. Desde ese momento, el 14 de Septiembre quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Santa Cruz.

Heraclio y la Vera Cruz

La aparición de fragmentos de la cruz o Lignum Crucis (significa literalmente madera de la cruz en latin) data del Siglo IV cuando supuestamente fueron repartidos trozos de la misma, genenralente para nobles, gente muy devota o templos. Con la edad media, los Lignum Crucis fueron cosa común hasta el punto de que hoy en día, con mayor o menor tamaño, hay supuestos fragmentos de la cruz en todo el mundo, que se veneran como reliquias auténticas. 
No sabemos si algunos de estos fragmentos son verdaderos o si la Emperatriz Elena dio con la cruz (teniendo en cuenta el número de crucificados por día, lo dudo), pero lo cierto es que estamos ante una de esas supuestas reliquias que genera gran devoción en todo el mundo cristiano.

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