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domingo, 15 de noviembre de 2015

La pared de Roberto

En la cumbre del Roque de los Muchachos en la isla de la Palma existe una estructura rocosa, una vedadera pared, que ha permanecido ahí durante siglos. Existen varías historias relativamente parecidas sobre su construcción. 
Sin embargo, hay una historia sobre ella muy conocida, la cual nos fue relatada por el médico natural de los Llanos de Aridane Elías Santos Abreu en un artículo publicado en 1928, la cual le fue contada por un cabrero, el cual solía pastorear por la zona en un momento en el que él estaba descansando apoyado en la propia pared: 

"Hace ya muchisimos años, y quizá siglos, que muy cerca de Taburiente, junto al primer arroyo que desde aquí se divisa y cuyas aguas se precipitan desde gran altura al barranco, vivía en una escabrosa cueva que ya las lluvia y huracanes han reducido a escombros, una joven, que parecía una de esas vírgenes que se adoran en los altares; cuerpo cenceño, cabellera de arcángel y labios de grana. No copiaron jamas ojos algunos el azul del cielo, como lo copiaron sus hermosos ojos
Prometido de esta beldad era un apuesto mancebo, orgullo del antiguo distrito de Tijarafe. De la más distinguida familia de este distrito, nunca fue vencido en la carrera, ni en la lucha, ni con la honda jamas dejó de hacer blanco sobre el numeroso ganado extraviado en las sinuosidades de estos riscos.
En ese mismo sitio en que estamos, en aquella pequeña eminencia en donde empieza la pared, había un añoso y corpulento cedro, cuyas ramas resistian el empuje de los vendavales, y a cuyas sombras solían descansar como ahora lo hacemos nosotros, los pastores y caminantes que se arriesgan a atravesar la cumbre. Bajo este mismo cedro acudían a sus citas amorosos los felices amantes, sin cuidarse de que los temporales les sorprendieran en estas espantosas soledades, ni que la noche con su oscuridad y su niebla, pudiera estraviarles en los dificiles y accidentados senderos.
Ella partía después cantando deliciosas endechas, cuyas dulcisimas notas repetía el eco una y mil veces en las concavidades de la caldera. El partía también resuelto y animoso, orgulloso de tanta dicha, soñando solamente en el día que habían de unirse en indisoluble lazo.
Pero el diablo, que nunca duerme y que es enemigo eterno de la felicidad de las Almas y aún de los cuerpos, no pudiendo hacerse dueño de la candida muchacha, decidió impedir para siempre aquel amoroso idilio, y vea usted lo que discurrió y puso en obra: hacer esta pared empezando por lo inaccesible de este lugar y terminándola en el abismo, de manera que cuando los amantes acudieran a su cita, se encontraran interceptados por esta barrera infanqueable.
Una sola noche, una sola, bastó para empezar y terminar la obra. Noche fría, brumosa y de oscuridad impenetrable, cuyo imponente silencio interrumpía de vez en cuando la diabólica carcajada de Roberto. El joven con toda la ilusión por delante volvía a la cita ¡Pero cual sería su asombro al encontrar el antes apacible y poético rincón de su felicidad, interceptado por una enorme muralla de durisima piedra!
La sin par doncella, al otro lado, muda de espanto, apenas podía artícular palabra, y cuando llamaba a grandes voces a su prometido, solamente le respondía el eco repetido en los riscos de las vecinas crestas.
Más animoso el mancebo y ardiendo en ansías de vencer aquel insuperable obstaculo, intenta trepar hacía la altura, agarrándose con pies y manos o yendo y viniéndo de acá para allá en busca del fin de la muralla, pero todo en vano. Sus fuerzas se agotaban y flaqueaba su espiritu ante la lucha infructuosa y estéril.
De pronto se irguió como sacudido por una descarga eléctrica o por un impulso invisible que ponía aprueba su indomable valor. Dirigió su penetrante mirada al abismo, extendió sus robustos brazos hacía la pared y gritó: 
-¡Va el Alma, por pasar!
Sólo el viento y el eco respondieron a esa imprecación.
Hubo un instante de silencio y el mancebo, tomando nuevos bríos, tras una terrible blasfemía, volvió a gritar:
-¡Va el Alma y el cuerpo, por pasar!
De súbito, rojiza claridad empezó a iluminar toda la pared, de sus pequeñas grietas surgieron llamaradas que pronto se elevaron en los aires con siniestro zumbido, el viejo cedro rodó con estrépito, arrasando en su caída las rocas de su asiento; y del piso resquebrajado surgieron materiales ardiendo, de vivisimos colores, y seres infernales que danzaban y se retenían en aquella masa que, ensanchándose más y más, cayó al abismo, arrastrando en su vertiginosa caída al infeliz mancebo. 
Todo fue obra de un instante. Después el viento siguió zumbando indiferente sobre aquellas ruinas. La pared se abrió como usted ve en su parte medía, dejando un ancho espacio para pasar y no se sabe sí el mancebo llegó a hacerlo envuelto en la masa de fuego que rodó al fondo de la Caldera.
Cuando al amanecer del día siguiente pasaban por allí los pastores de Tenerra, encontraron el cádaver de la pobre niña, cubierto por la fría escarcha de la noche e iluminando su rostro por los primeros rayos del sol naciente. Cruzándose sus pequeñas manos sobre el pecho, cerraban sus hermosos ojos, y después de una breve oración, partieron con su preciosa carga para darle sepultura en la tumba de sus mayores.
No lejos del Roque de los Muchachos existía hasta hace pocos años los restos de una pequeña cruz de madera. En el mismo sitio descansa para la siempre la gentil doncella. 
Sobre las rocas que le sirvieron de lecho, empezaron a brotar al soplo de la primavera los primeros tallos del precioso pensamiento de la cumbre, cuyas primorosas flores copiaron el color azul de los ojos de la niña.
El cuerpo del mancebo está formando parte de una enorme columna basaltica en el fondo de la Caldera. Esta columna, a la que jamas se han acercado los que diariamente transitan por parajes cercanos, tiene forma de palmera cuyas ramas parecen a medio cortar.
Es fama -prosiguió el viejo- que en ciertas noches claras y despejadas veíanse de tiempo a tiempo, fugaces llamaradas y vivos chisporroteos en la palmera de piedra y sobre las rocas de la pared. No se si será verdad, pero yo así lo he oido contar a mis antepasados y puedo asegurarle a Ud. Señor que jamás pasare solo por esa maldita 'Pared de Roberto'"

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