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jueves, 22 de octubre de 2015

El demente Calígula

Es sin duda uno de los máximos representantes de lo que muchos han definido sin razón como la que sería la decadencia de Roma, aunque para la caída definitiva quedará mucho tiempo. Dicen que la historia pone a cada uno en su sitio y en el caso de Calígula lo puso dentro de la perversión, la lujuria y el descontrol de un hombre que se consideró no como un Dios, ni al nivel de los Dioses. Calígula obligó al Senado a que lo considerara Dios. 


El destino de Calígula estaba el gobernar el Imperio junto a su primo Tiberio Gemelo tal y como la había dispuesto el Emperador Tiberio. Sin embargo, tras "hacer" que el Emperador muriera un poco antes de lo que estaba previsto, se deshizo de Gemelo, pudiendo gobernar el Imperio a su antojo, dando rienda suelta a su megalomanía. 

Calígula ante la tumba de sus ancestros 

Cabe destacar que las perversiones en el ámbito social y sexual de Calígula no fueron una excepción en el Imperio Romano (el propio Tiberio tenía relaciones con individuos de ambos sexos), sin embargo, Calígula llegó a límites insospechados cuando convirtió el Palacio en un burdel, obligando a sus hermanas (con las que tuvo relaciones incestuosas), Agripina la Menor, Drusila y Julia Livila, a prostituirse. Esto llenó las arcas de Roma, aunque las vaciaba nuevamente con sus excesos. 

Las prácticas sexuales perversas eran habituales en Roma

En el plano meramente político, su etapa imperial se caracterizó por la anexión de Mauritania o ordenar que se erigiera una estatua en su honor en el Templo de Jerusalén, aprovechando su amistad con Herodes Agripa, suponiendo para los judíos toda una indignidad. Ya en aquellos años, oyó hablar del Mesías que esperaban los hebreos y meditó la idea de igualarse a los Dioses. Tampoco debemos olvidar que entre sus varias estupideces tuvo la grandísima idea de nombrar Cónsul a su caballo, Incitato, al que adoraba. 
Muchos aseguran que las fuentes históricas, incluso de la misma época, no son fiables, puesto que todas demuestran cierta animadversión hacía Calígula por desavenencias más políticas que sociales, exagerandose algunos hechos.
Lo cierto es que en aquellos años, llenos de perversión y asesinatos, cuando los pretorianos planearon asesinar a Calígula para, no nos engañemos, recuperar el control de la ciudad. Así acabarían acuchillandolo a él y después a todos los componentes de la Familia Imperial... salvo a uno. Detrás de unas cortinas se escondía un tonto... o al menos lo había sido hasta ahora. Ese hombre era tartamudo y medio cojo; era el tío de Calígula, Claudio, al que la Guardía pensando que sería facilmente manejable (por ser supuestamente tonto) nombraron Emperador. Con Claudio se equivocaron. 


Lo primero que hizo fue acabar con todos los conspiradores, lo que habían acabado con su sobrino, y fue un hombre que gobernó el Imperio con increíble rectitud, algo que supuso un soplo de aire fresco para una Roma que quería olvidar los años tortuosos del demente Calígula. 

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