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martes, 27 de enero de 2015

Ana Frank, la niña que vivió

Fue hace ya muchos años cuando leí por primera vez un diario. Éste era el de una pre-adolescente, que veía su vida truncada porque su familia tuvo que ocultarse de los nazis por ser judíos. 


A pesar de vivir, en ese ambiente tan lleno de terror por el temor a ser descubiertos, Ana tuvo una vida llena de aspiraciones, sueños y también con enfados con su madre o su hermana, aparte de que sentía un cariño inmenso a su padre Otto. Uno podría pensar que su vida fue desgraciada y, de hecho, el que estuvieran escondidos durante practicamente dos años. Dos años de vida para una niña que esta entrando en la adolescencia pueden ser muchos. Y es verdad. Son tantas y tantas cosas las que se cuentan en ese diario, que puede parecer que haya pasado mucho desde que se lo regalaron en un cumpleaños. 


Sería el propio Otto el que sacaría a la luz el diario de su propia hija, que falleció junto a su madre y hermana en el horror del campo de concentración de Bergen-Belsen. Algunos malnacidos (ese es él único apelativo que se me ocurre) alegaron que era una invención orquestada para echar más leña al fuego y que no era una prueba valida a favor de la existencia del holocausto. No sólo mentían esos facinerosos, sino que la prueba estaba allí: en la mente de una joven, que con su mirada llena de aspiraciones y esperanzas, veía la vida pasar en medio del horror de pasar meses encerrada. 


Una niña que, desde su inocencia, dio una lección al mundo. Y es que se podía vivir, a pesar de todo. Unas ganas de vivir y una esperanza para el mundo: "Llegará el día en que termine esta horrible guerra y volveremos a ser personas como los demás, y no solamente judíos".

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