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viernes, 16 de mayo de 2014

La poesía de Quevedo

Hay personas que justifican todo un ciclo artístico o histórico. Uno de esas personas fue uno de los poetas, que junto a otros grandes, conformaron una época brillante para este país. Una época que dio en llamarse Siglo de Oro de las Artes y las Letras Españolas. Ese hombre es Francisco de Quevedo.


Para todo el mundo sin un interés por la literatura, Quevedo destaca por su enfrentamiento a las autoridad y muy especialmente con Luis de Góngora al que dedicaba más de un insulto dentro de sus propios poemas.
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
Este odio vino a raíz de la diferencia de conceptos artísticos entre estos dos grandes poetas. Góngora representaba al culteranismo, que buscaba el embellecimiento de la realidad, disfrazandola con versos grandilocuentes, obviando el lenguaje común. Mientras Quevedo representaba al conceptismo, cuya idea era todo lo contrario, mostrandonos un sentido muy existencial de la vida, haciendo juego de palabras. De ahí vino el gran odio que se extendió a lo personal.


Sin embargo. Quevedo no es sólo burla. Es mucho más. Quevedo refleja la existencialidad de una forma única, donde la vida no responde y la muerte le ronda constantemente.
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
También nos habla como su Patria, antaño gloriosa, se cae a pedazos por culpa de la corrupción y el engaño, siendo todo apariencia de grandeza, pero que realmente refleja la miseria a la que se ve abocado un país todavía grande entre las Potencias, aunque se encaminaba al desastre. Ese mismo desastre lo asocia a la muerte de toda una época. La de una España políticamente grande que, sin embargo, había muerto de grandeza con guerras absurdas en Europa y un pueblo que malvivía, mientras sus gobernantes y Reyes se encontraban en la opulencia.
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Poesía única, que adquiere rasgo de inmortal cuando nos habla de la muerte, pero también del vil metal. Y es que Quevedo, al igual que otros de su tiempo, ya había advertido como el hombre es capaz de humillarse ante el oro nacido en las Indias y que es Genova enterrando. Lo más duro es, sin lugar a dudas, que es tan actual ahora como cuando fue escrito.
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Lo llamativo es el aire burlesco que emplea Quevedo que trata al oro como todo un hombre ante el que la gente se humilla y es capaz de vender su propio honor. Y es este tipo de poemas donde el poeta adquirió gran fama, siendo muchos de ellos anonimos, aunque se sabían de quien eran, puesto que algunos hacían referencias a autoridades como el Conde-Duque de Olivares. Más de una vez, Quevedo acabo en la cárcel por ello. 

Quevedo en el Parnaso

El siguiente poema refleja de forma llamativa como una nariz puede ser tan grande hasta el punto de parecer que el hombre esta pegado a dicha nariz. Muchos dicen que el poema va dedicado a su "amigo" Góngora, aunque no se tienen pruebas de ello.
Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.
Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egito,
Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,
Frisón archinariz, caratulera,
Sabañón garrafal morado y frito.
Por supuesto, Quevedo escribio sobre el Amor y, sin llegar a la enormidad de Lope, alcanzo el estatus de gran poeta enamorado. Unos versos magníficos, que reflejan como el Amor es mucho más fuerte que la propia muerte. Una muerte que se llevara al enamorado algún, pero que, sin embargo, a pesar de cerrar los ojos y no estar junto a aquella que tanto amaba, su propia existencia tendrá sentido porque es verdad que serán polvo, mas polvo enamorado.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso linsojera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa:

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Lo dije al principio, un gran poeta que merece estar en el Olimpo de la historia artística contemporánea. Un poeta que, junto a otros grandes, justifican toda una época. 

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