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jueves, 29 de agosto de 2013

Agustín y la constante búsqueda de Dios

La vida de Agustín fue una constante búsqueda de Dios. Una búsqueda que en ocasiones le llevo a la frustración por no entender todos los misterios relativos a Dios. De su madre cuenta que conoció por primera vez a Dios, puesto que Mónica, que era así como se llamaba, representaba la bondad personificada. 


Agustín destacó en el estudio de las letras. Resalto en literatura, especialmente la griega clásica y destacaba por su gran elocuencia. Sus dotes como orador eran conocidas. Durante su época de estudiante en Cartago se dedico al teatro. Grande era su fama en la zona, pero ésta no le llegaba al alma y sentía como si le faltara algo. Su vida disoluta y distraida fue motivo de una fuerte crítica por parte del propio Agustín años después.
Durante esos años, el joven Agustín conoció a una mujer con la que mantuvo una relación durante catorce años, teniendo un hijo: Adeodato.

Agustín y su madre

En su búsqueda de la verdad absoluta, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin encontrar las respuestas deseadas. Fruto de ésto, abrazó el maniqueísmo creyendo que encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Finalmente, decepcionado, abandonó dicha doctrina porque considero que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.
Sumido en una gran frustración personal, partió hacía Roma, la capital del Imperio romano. En Roma enfermó. Se restableció y gracias a su amigo y protector Símaco, Prefecto de Roma, fue nombrado "magister rhetoricae" en Mediolanum (la actual Milán).
Su búsqueda insaciable de Dios le llevó a convertirse al Cristianismo. En Milán se produjo la conversión: comenzó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando impresionado por sus predicas. Es por eso que decidió romper definitivamente con el maniqueísmo, abrazando el Cristianismo, alegrando a su devota madre, la cual había viajado a Italia y que se encargaría de buscarle un matrimonio acorde, ya que en la relación con la madre de su hijo no iba hacía ningún lado. Sin embargo, decidio dedicarse al ascetismo, olvidandose de todo placer terrenal, tras conocer los escritos neoplatonicos, muy en voga durante esa época entre los Cristianos.
Ambrosio de Milán le ayudo a interpretar el Antiguo Testamento, así como a encontrar en la Biblia la fuente de la Fe. Agustín, tras su conversión, se dedicó a la meditación y al pensamiento Cristiano. Muy celebre es la leyenda que cuenta que reflexionando sobre el problema de la Trinidad, se encontró con un niño el cual hizo un agujero en la playa y lo llenaba una y otra vez de agua del mar. Agustín le preguntó al niño que por qué hacía eso. El niño le dijo que intentaba llenar el agujero con toda el agua del mar. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño, que en realidad era un ángel, le dijo que más fácil era llenar el agujero con todo el agua del mar que para ti endender el Misterio de la Trinidad. Como toda leyenda, no sabemos si es verdad, pero, aún así, refleja lo que es toda la vida de Agustín: la constante búsqueda de los Misterios de Dios.

Agustín y el niño

Cuando llegó a Tagaste, vendio todos sus bienes, repartiendolos entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal.
Posteriormente viajó a Hipona para buscar a un posible candidato a la vida monástica, pero en una celebración litúrgica fue elegido por la Comunidad para que fuera ordenado Sacerdote.. Agustín aceptó, tras resistir, esta elección, con lágrimas en los ojos, viendo la admiración que por él sentían. Dos años después se le consagraría como Obispo.
La vida literaria sobre temas relacionados con los Misterios de Dios, así como es de destacar su predicación, la cual es tenida muy en cuenta por todo aquel que lo oye. Agustín destaco por su pensamiento lleno de grandeza, buscando la constante búsqueda de la verdad. Su lucha contra las herejías es de destacar en una época en que eran muy habituales y en las que durante su juventud perteneció a una de ellas (recordemos el maniqueismo).


Agustín murió en Hipona durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Moría un hombre extraordinario que siempre busco a Dios y que en su juventud conoció la maldad, así como las bajas pasiones y que, sin embargo, su constante búsqueda de la Verdad le llevo a ser un hombre maravilloso, hasta el punto de ser Santo, Padre y Doctor de la Iglesia Católica, alcanzando el Amor y la Paz propia del seguidor de Cristo y es que ya lo decía San Agustín: "La medida del amor, es amar sin medida".

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